“Mirad
cuán grande era su pobreza: van a una posada; pero el evangelista no
dice que ésta se hallara en la carretera principal, sino en una vía
secundaria, es decir, no se encuentra en el camino, sino a la vera
del camino; no en el camino de la ley, sino en la senda del
evangelio, senda en la cual ellos estaban. En ninguna otra parte
había lugar alguno disponible para el nacimiento del Salvador, más
que en un pesebre en el que se ataba a las bestias de carga y a los
asnos. ¡Ay, si pudiera contemplar aquel pesebre en el cual reposó
el Señor! Hoy en día, en honor a Cristo, hemos limpiado la suciedad
de aquel lugar y lo hemos adornado con objetos de plata, aunque para
mí tiene más valor aquello que se quitó. Propio es de paganos el
oro y la plata; la fe cristiana prefiere, en cambio, aquel otro
pesebre lleno de estiércol. Aquel que nació en ese pesebre rechaza
el oro y la plata. No es que esté criticando a quienes, con el fin
de tributarle un honor, obraron de tal modo (así como tampoco a
aquellos que en el templo fabricaron vasos de oro): lo que me admira
es que el Señor, creador del mundo entero, no naciera en medio del
oro y la plata, sino en un lugar lleno de lodo.”
San
Jerónimo, Homilía para la Natividad del Señor.
“Hoy
es el día en que vino al mundo aquel por quien fue hecho el mundo;
en que se hizo presente por la carne aquel que nunca estuvo ausente
por el poder; por cuanto estaba en este mundo y vino a lo suyo. En el
mundo estaba, pero el mundo no le conocía; porque la luz
resplandecía en las tinieblas y las tinieblas no la comprendían.
Vino, pues, en la carne para limpiar los vicios de la carne. Vino en
la tierra medicinal para con ella curar nuestros ojos interiores que
había obcecado nuestra tierra exterior, a fin de que sanados éstos,
nos hagamos luz en el Señor los que fuimos antes tinieblas, y ya la
luz no resplandezca en las tinieblas presente a los ausentes, sino
que aparezca cierta a los que le miran. Para esto procedió el Esposo
de su tálamo y saltó como gigante para correr el camino (Ps. 18,
6). Hermoso como esposo, fuerte como gigante, amable y terrible,
severo y sereno; bello para los buenos y áspero para los malos.
Permaneciendo en el seno del Padre, llenó el vientre de la Madre. En
el tálamo, esto es, en el vientre de la Virgen la naturaleza divina
unió a sí a la humana; allí el Verbo se hizo carne por nosotros,
para que procediendo de la Madre habitase entre nosotros, y para que
precediéndonos al Padre nos preparara donde habitásemos.
Celebremos, pues, solemnemente este día llenos de alegría y
esperemos fielmente el día eterno por aquel que siendo eterno nació
para nosotros en el tiempo.
San
Agustín, Sermón 195, n. 3.
“A
todos hablo; a todos lo digo. Haced en el interior del alma lo que
admiráis en la carne de María. El que de corazón cree para la
justicia, concibe a Cristo, y el que de boca le confiesa para la
salud, pare a Cristo.”
San
Agustín, Sermón 191, n. 4.
“Por
cuanto es Cristo la Verdad, la paz y la justicia, concebidle por la
fe y dadle a luz por las obras; para que lo que hizo el vientre de
María, en la carne de Cristo, lo haga vuestro corazón en la ley de
Cristo.”
San
Agustín, Sermón 192, n. 2.