miércoles, 25 de diciembre de 2013

Ha venido al mundo aquel por quien fue hecho el mundo


Mirad cuán grande era su pobreza: van a una posada; pero el evangelista no dice que ésta se hallara en la carretera principal, sino en una vía secundaria, es decir, no se encuentra en el camino, sino a la vera del camino; no en el camino de la ley, sino en la senda del evangelio, senda en la cual ellos estaban. En ninguna otra parte había lugar alguno disponible para el nacimiento del Salvador, más que en un pesebre en el que se ataba a las bestias de carga y a los asnos. ¡Ay, si pudiera contemplar aquel pesebre en el cual reposó el Señor! Hoy en día, en honor a Cristo, hemos limpiado la suciedad de aquel lugar y lo hemos adornado con objetos de plata, aunque para mí tiene más valor aquello que se quitó. Propio es de paganos el oro y la plata; la fe cristiana prefiere, en cambio, aquel otro pesebre lleno de estiércol. Aquel que nació en ese pesebre rechaza el oro y la plata. No es que esté criticando a quienes, con el fin de tributarle un honor, obraron de tal modo (así como tampoco a aquellos que en el templo fabricaron vasos de oro): lo que me admira es que el Señor, creador del mundo entero, no naciera en medio del oro y la plata, sino en un lugar lleno de lodo.”

San Jerónimo, Homilía para la Natividad del Señor.



“Hoy es el día en que vino al mundo aquel por quien fue hecho el mundo; en que se hizo presente por la carne aquel que nunca estuvo ausente por el poder; por cuanto estaba en este mundo y vino a lo suyo. En el mundo estaba, pero el mundo no le conocía; porque la luz resplandecía en las tinieblas y las tinieblas no la comprendían. Vino, pues, en la carne para limpiar los vicios de la carne. Vino en la tierra medicinal para con ella curar nuestros ojos interiores que había obcecado nuestra tierra exterior, a fin de que sanados éstos, nos hagamos luz en el Señor los que fuimos antes tinieblas, y ya la luz no resplandezca en las tinieblas presente a los ausentes, sino que aparezca cierta a los que le miran. Para esto procedió el Esposo de su tálamo y saltó como gigante para correr el camino (Ps. 18, 6). Hermoso como esposo, fuerte como gigante, amable y terrible, severo y sereno; bello para los buenos y áspero para los malos. Permaneciendo en el seno del Padre, llenó el vientre de la Madre. En el tálamo, esto es, en el vientre de la Virgen la naturaleza divina unió a sí a la humana; allí el Verbo se hizo carne por nosotros, para que procediendo de la Madre habitase entre nosotros, y para que precediéndonos al Padre nos preparara donde habitásemos. Celebremos, pues, solemnemente este día llenos de alegría y esperemos fielmente el día eterno por aquel que siendo eterno nació para nosotros en el tiempo.

San Agustín, Sermón 195, n. 3.

“A todos hablo; a todos lo digo. Haced en el interior del alma lo que admiráis en la carne de María. El que de corazón cree para la justicia, concibe a Cristo, y el que de boca le confiesa para la salud, pare a Cristo.”

San Agustín, Sermón 191, n. 4.

“Por cuanto es Cristo la Verdad, la paz y la justicia, concebidle por la fe y dadle a luz por las obras; para que lo que hizo el vientre de María, en la carne de Cristo, lo haga vuestro corazón en la ley de Cristo.”


San Agustín, Sermón 192, n. 2.

lunes, 23 de diciembre de 2013

San Agustín: "¿Quién no se asombra al oír a Dios nacido?"


¿Quién no se asombra al oír a Dios nacido? Oyes al que nace, pero ve en su mismo nacimiento los milagros que hace. El vientre de la Virgen es fecundado y el claustro del pudor es preservado. Llénanse las entrañas de la Madre sin concurso alguno del padre y siente la prole la que ignoraba al consorte. El ángel habla a la Virgen, la Virgen prepara el corazón y Cristo es concebido por la fe. ¿Admiras estas cosas? Pues admira más. La madre y virgen pare, fecunda e intacta; sin hombre padre nace el hijo que hizo a la misma madre. El Hacedor de todas las cosas es hecho entre ellas; el director de todo el orbe es llevado en manos de la madre; lame los pechos el regente de los astros; calla, y es la Palabra. Por la lengua no manifestaba todavía quién era y ya toda criatura indicaba a su Criador nacido. Los ángeles anuncian a los pastores y la estrella convida a los Magos: la rusticidad de los pastores exige la admiración de los ángeles y la curiosidad de los Magos es instruida por la lengua de los cielos. Los Magos predican al rey de los judíos, y los judíos le niegan; aquéllos le buscan para adorarle, y éstos le buscan para matarle. Los Magos dicen al rey Herodes el Rey que buscan nacido, y los judíos le dicen la ciudad donde nacería para reinar. Unos y otros le predican, y unos y otros le confiesan; pero los Magos de un modo y los judíos de otro; aquéllos para adorarle encontrado y éstos para matarle agarrado.


¡Oh judíos que lleváis en las manos la lucerna de la ley para demostrar a los demás el camino y quedaros vosotros en tinieblas! Ved ahí que los Magos, primicias de los gentiles, ofrecen a Cristo sus dones, y no sólo el oro, el incienso y la mirra, sino también sus almas, y a vosotros repudia la iniquidad propia hasta el punto de haceros dementes para buscar con el fin de quitar la vida al que viene a libraros de las cadenas. ¿Qué os aprovechó el descubrir a Herodes el lugar de donde nacería Cristo? ¿Acaso no os perjudicasteis a vosotros mismos sin causar daño alguno a Cristo? Porque oyéndoos aquél decir dónde podía ser hallado Cristo nacido, mandó luego quitar la vida a los niños de vuestra gente. Herodes se ensaña para perder a uno entre muchos y degollando a muchos se hizo reo, sin alcanzar al hombre Dios a quien busca.


Grande es, oh Herodes, tu iniquidad; matas a los infantes y acumulas los testigos de tu maldad, y no encuentras a Cristo, porque todavía no ha llegado su hora de padecer. Ciertamente, sin hacer daño alguno a Cristo, eres su perseguidor convicto y reo de su muerte; pero haciendo muchos contra él, te perdiste a ti mismo. ¿Por qué temes a tal Rey, siendo así que viene a reinar de modo que no quiere excluirte? El que buscas es Rey de los reyes; si quisieras obtener seguro tu reino, le suplicarías que él mismo te diese el eterno. Reine Cristo del modo que vino a reinar; reciba a los que le creen, búrlese de los que le persiguen, haga a los que peleen, ayude a los que trabajan y corone a los que vencen.


(Lib. 4, de Symb. Ad Catech., c. 4)