lunes, 31 de enero de 2011

Fray Zeferino González y la filosofía de santo Tomás

Hace un tiempo publicábamos un texto de Alejandro Pidal y Mon sobre la doctrina científica de santo Tomás, una figura de gran importancia en el tomismo español contemporáneo. Hoy nos remontamos al Cardenal Zeferino González O. P. (1831-1895), su maestro y el de tantos otros, pues fue el impulsor de un gran movimiento tomista a nivel mundial, influyendo decisivamente en el documento pontificio de León XIII (Aeterni Patris) destinado a reavivar el pensamiento de santo Tomás del olvido y la incomprensión en que había caído durante el s. XVIII. Quince años antes de dicha encíclica papal, Zeferino González publicaba sus Estudios sobre la filosofía de santo Tomás (1864), por la cual se le puede considerar el primer tomista español contemporáneo, pues aunque se considera discípulo de Balmes, a quien dice incluso deber su vocación filosófica, la doctrina de este predecesor suyo era un mero espiritualismo ecléctico con ciertas influencias del santo Doctor, al que no obstante estudió a fondo en el seminario.

En los Estudios sobre la filosofía de santo Tomás, Zeferino González se propone exponer de una manera más o menos general el pensamiento del Doctor angélico, demostrando que no es una mera copia de Aristóteles sin mérito alguno, como comúnmente piensan muchos que no conocen su obra, así como probar su vigencia para los tiempos modernos, gracias a sus fundamentos eternos. Aunque algunos lo hayan considerado “rancio” e “integrista”, tenía razón Ortí y Lara en su crítica a Zeferino González por haber sido en ocasiones excesivamente condescendiente con algunas filosofías modernas; entre sus afirmaciones exageradas, estuvo decir que Fénelon, Bossuet o Leibniz fueron representantes de la vigencia del pensamiento de santo Tomás en su época.

Sin embargo, sí fue certera su crítica a los dos extremos vicioso de la filosofía de su tiempo, en la que pone hincapié en su obra sobre santo Tomás, de la que está extraído el texto de más abajo. Esos dos extremos opuestos eran el racionalismo y el tradicionalismo. Antes de leer el texto, conviene especialmente aclarar el segundo término. Tradicionalismo no tiene aquí un significado político referido a los movimientos contrarrevolucionarios, en oposición a la Revolución Francesa, y menos aún se refiere al calificativo innecesario que los católicos fieles a la fe de siempre hemos adoptado generalmente después del Concilio Vaticano II, en contraposición al “catolicismo” modernista imperante. Tradicionalismo, tal como lo usa Zeferino González, se refiere a una tendencia filosófica que trata de desautorizar completamente la razón humana independientemente de la fe revelada, con lo cual, por sí misma estaría siempre condenada a fracasar, cegada también para las verdades naturales que no atañen a la fe. Por este motivo, y especialmente en español, a esta tendencia se la ha llamado más propiamente revelacionismo, cuyos exponentes principales han sido Bonald y Maistre, a cuyas posturas se acercó peligrosamente en España Donoso Cortés, aunque Menéndez Pelayo lo atribuyó más a sus exageraciones retóricas que a una idea que realmente sostuviese conscientemente. Esta tendencia, es por tanto, lo contrario del racionalismo, que afirma la omnipotencia de la razón humana, la cual no tendría ninguna necesidad de la fe y sería capaz de desvelar absolutamente todos los misterios del universo de manera progresiva. Como dijimos, ambos extremos son viciosos y falsos, y la filosofía de santo Tomás de Aquino es un modelo ejemplar donde se rechazan tanto uno como otro, guardando un perfecto equilibrio entre fe y razón y delimitando con claridad los objetos que le son propios a cada una; es por ello Zeferino González acude a él siglos después, cuando la filosofía naufraga en esa confusión, que por otra parte, no es nueva.


"Después de haber reinado en las universidades de la Europa cristiana con gloria creciente de día en día; después de haber producido discípulos como Durando, el agustiniano Egidio Romano, Brawardin, Dante y Savonarola; después de haber adquirido inmortal renombre al hablar por boca de Torquemada y del cardenal Ragusa en los concilios de Basilea y Constanza, de Juan de Montenegro en el concilio de Florencia, y del cardenal Cayetano en Roma; santo Tomás aparece en el siglo XVI rodeado de nuevo de inmenso brillo al lado de la Iglesia católica.

Sabido es de todos el triunfo alcanzado por la Iglesia en el siglo XVI y su gloriosa regeneración. Desfigurada en parte y envilecida por las tristes y lamentables consecuencias del gran cisma de Occidente, minada sordamente por las pretensiones exageradas del Renacimiento, atacada de frente por el Protestantismo, la Iglesia católica hizo un esfuerzo vigoroso y supremo, concentró sus fuerzas para dar calor y vida a las semillas de reforma que habían sido depositadas en su seno y venían desarrollándose lentamente desde mediados del siglo anterior, y salio del concilio de Trento purificada y radiante de gloria y de esplendor. Pues bien; al lado y a la sombra de la Iglesia católica y radiante de gloria y de esplendor como ella, se presenta también en aquel siglo el nombre de santo Tomás. Lejos de palidecer el brillo de su nombre en aquel gran movimiento religioso, moral y científico que se realizó entonces, despide por el contrario más vivos fulgores: el gran siglo de la Iglesia y de la restauración de las ciencias eclesiásticas, es también el gran siglo de santo Tomás. Basta recordar los nombres de Vitoria y Melchor Cano reformando y dando acertada dirección a los estudios teológicos en España; basta recordar los nombres de aquellos grandes teólogos y canonistas españoles, que tan brillante papel hicieron en Trento y en la Europa toda, Domingo Soto, Lainez, Salmeron, Pedro Soto, Antonio Agustin, Covarrubias, Carranza y Arias Montano salidos en su mayor parte de la escuela de santo Tomás e inspirados todos en sus doctrinas; basta en fin recordar que el concilio de Trento, una de las asambleas mas augustas que jamás vieran los siglos, y en que se reunieron, por decirlo así, todas las eminencias de la ciencia y de la virtud de todas las naciones cristianas, colocó la Suma Teológica de santo Tomás al lado de la Biblia, para que sirviera como de base y norma en sus discusiones y decretos. Este es sin duda alguna el mayor honor que se ha dispensado y que puede dispensarse a un libro escrito por la mano del hombre. Este suceso trae involuntariamente a la memoria la bella expresión del P. Raulica cuando dice, que la “Suma es el libro más sorprendente, más profundo, más maravilloso que ha salido de la mano del hombre; porque la santa Escritura ha salido de la mano de Dios”.

A pesar de las tendencias racionalistas impresas a la filosofía por el protestantismo y después por el movimiento cartesiano, el nombre de santo Tomás brilla todavía en el mundo literario y científico y recibe los homenajes de los sabios durante el siglo XVII y parte del XVIII. Y no es solo en el campo de las ciencias eclesiásticas donde tiene lugar esto; observase lo mismo en las filosóficas, porque Fenelon, Bossuet y Leibnitz, los tres mas grandes filósofos de esta época, aunque parecen cartesianos a primera vista por parte del método y formas de exposición, son en realidad discípulos de santo Tomás en cuanto a la doctrina: los escritos filosóficos de los dos últimos especialmente, no son otra cosa en el fondo que la filosofía de santo Tomás.

Solo en el siglo XVIII; solo en el siglo de la impiedad, del sensualismo especulativo y práctico, y de los ataques contra la Iglesia de Cristo; solo en el siglo de Voltaire y de los enciclopedistas, es cuando se obscurece el brillo de su gloria. Pero apenas la escuela escocesa comienza el movimiento de reacción contra la filosofía de Locke y Condillac; apenas la filosofía espiritualista y cristiana comienza a recobrar sus derechos, cuando comienza a rehabilitarse también el nombre de santo Tomás. A medida que el espíritu humano avanza en este movimiento, crece en proporción el prestigio de su nombre.

Hoy que han visto la luz pública tantas publicaciones de indisputable mérito, relativas a la edad media; hoy que vemos publicarse en Francia, Alemania e Italia multitud de trabajos concienzudos sobre diversas fases e instituciones de aquel periodo, y especialmente sobre sus monumentos científicos y literarios, vemos a todos los sabios de alguna nota así de la Iglesia como de fuera de ella, rendir homenaje a porfía al genio de santo Tomás. ¿Quién ignora los brillantes y repetidos elogios, que le han tributado todos los grandes escritores católicos de nuestro siglo? Rosmini, Gioberti, Raulica, Alzog, Balmes, Donoso Cortés, Augusto Nicolás, Montalembert, Ozanan, Maret y el mismo Cousin a pesar de sus tendencias heterodoxas y sus doctrinas panteístas, todos a porfía han prodigado elogios a su saber y grandes trabajos científicos, reconociendo especialmente en él, uno de los mas grandes filósofos, que han honrado la humanidad.

De aquí es que vemos a la filosofía de santo Tomaas ejercer marcada influencia en las obras de los citados escritores, y con especialidad de aquellos, que se han ocupado mas de filosofía. Gioberti, Maret y aun Mr. Cousin traen con frecuencia a la memoria sus doctrinas filosóficas; pero sobre todo los escritos filosóficos de Rosmini, de Balmes y de Raulica no son otra cosa en el fondo que la filosofía de santo Tomás.

Preciso es confesar sin embargo, que la inmensa mayoría de los hombres de letras, y el vulgo por decirlo así de los escritores, (porque también las letras y las ciencias tienen su vulgo) no se hallan en estado de juzgar por si mismos con acierto esta filosofía, debiendo sin duda achacarse a esto el que no falten escritores superficiales a quienes vemos hablar todavía de la edad media, de la Escolástica y de la filosofía de santo Tomás, como pudieran hacerlo los enciclopedistas del siglo pasado. Esto no es extraño: aparte de la dificultad que ofrece para muchos la lengua latina en que se hallan escritas las obras del santo Doctor, lengua cuya ignorancia se va generalizando de día en día bajo el pretexto especioso de su inutilidad, que no es mas que un paliativo de la pereza y aborrecimiento al trabajo; aparte también de la dificultad que ofrece para muchos la terminología propia de aquella época, no todos se sienten inclinados a los estudios serios de la alta filosofía, ni disponen del tiempo necesario, ni se hallan adornados del talento y cualidades conducentes a este efecto. Añádese a esto, que las doctrinas filosóficas de santo Tomás no se hallan reunidas en un cuerpo de doctrina o curso regular y seguido: es preciso entresacarlas de sus numerosas obras, y por consiguiente consultar muchos volúmenes, reunir y clasificar sus pasajes, comparar en fin sus ideas y pensamientos, para poder formar juicio exacto y cabal sobre el verdadero espíritu de su filosofía.

Estas reflexiones por una parte, y por otra el haber notado con demasiada frecuencia, que no sólo escritores medianos, sino también algunos de los más notables de nuestro siglo han incurrido en muy graves inexactitudes al exponer y juzgar algunos puntos de la filosofía de santo Tomás, y puntos de inmensa trascendencia, es lo que ha hecho surgir en nosotros el pensamiento de escribir esta obra. Exponer el espíritu y las tendencias generales de la filosofía del santo Doctor; dar a conocer la verdad y la elevación de sus ideas en la solución de todos los grandes problemas de la ciencia; comparar esta solución con la solución dada por la filosofía racionalista y anticristiana, y sobre todo y con particularidad, fijar y comprobar el verdadero sentido de sus doctrinas; tal es el pensamiento dominante y el objeto que nos hemos propuesto al escribir estos Estudios sobre la Filosofía de santo Tomás.

No se crea sin embargo que vamos a escribir un curso completo y regular de filosofía; tratamos de exponer solamente el pensamiento del santo Doctor sobre las cuestiones fundamentales y más importantes de la alta filosofía, sin descender a cuestiones de menor importancia y secundarias, por decirlo así, las cuales si bien se hallan también tratadas en los escritos del santo Doctor, las consideramos como fuera del objeto de esta obra y más propias para un curso elemental. Aún respecto de estas cuestiones fundamentales, prescindimos de aquellas que se refieren a aquellas partes de la filosofía cuya perfección y superioridad en santo Tomás se hallan universalmente reconocidas. Por eso decimos pocas palabras sobre la moral y política, y omitimos por completo la teodicea. Nadie pone en duda la superioridad del santo Doctor en cuanto a las ciencias morales, y por lo que hace a la teodicea, además de ser generalmente conocidas sus ideas, es fácil a cualquiera conocerlas por sí mismo, consultando las primeras cuestiones de la Suma Teológica, y el primer libro de la Suma contra los Gentiles. Así es que hemos limitado nuestro trabajo a la ontología, la cosmología, la psicología y la ideología, que son las partes más importantes, y al propio tiempo, las menos conocidas de la filosofía de santo Tomás; contentándonos por lo que respecta a la moral y política, con tratar y examinar solamente aquellos puntos de su doctrina, que o son poco conocidos, o no han sido juzgados y apreciados con exactitud y verdad por los que de ellos se han ocupado.

Los que conocen la historia de la filosofía, saben bien que en oposición a las tendencias racionalistas, que la invadieran y aun hoy la dominan en gran parte, se ha declarado entre algunos filósofos católicos de nuestro siglo un movimiento diametralmente contrario. En frente, o mejor dicho, en el extremo opuesto a la escuela racionalista, que afirma que la razón sola se basta completamente a sí misma, que lo puede conocer todo y dar satisfactoria solución a todos los grandes problemas de la ciencia, sin contar para nada con la tradición y con la idea religiosa; que afirma en una palabra, que la religión con sus dogmas incomprensibles y superiores al hombre debe abandonarse a los espíritus crédulos, pero que nada de significar en un siglo de ilustración para los espíritus elevados y que saben pensar y reflexionar; hemos visto alzarse en nuestros días una escuela que, a no haber cejado en sus exageradas pretensiones, se hubiera convertido en un peligro permanente para la Iglesia y para la razón humana. Tal es la escuela tradicionalista sostenida por Beautain, Bonald, Maistre y otros escritores bastante notables que, a fuerza de exagerar la necesidad del elemento religioso y tradicional en la filosofía, tienden a la negación de toda verdadera ciencia, y que no contentos con subordinar la razón a la fe, pretenden negar la existencia y hasta la posibilidad de la evidencia natural, llegando en último resultado a la negación de la filosofía y al aniquilamiento de la razón humana.

Pues bien; aunque según queda indicado, el objeto principal y preferente de esta obra, es exponer, fijar y comprobar el pensamiento filosófico de santo Tomás y el verdadero sentido de sus doctrinas; el lector encontrará también en ella la refutación de estas dos escuelas; porque toda la filosofía del santo Doctor puede mirarse como la demostración práctica de esta gran verdad que jamás debiera olvidar el espíritu humano, a saber; que el elemento religioso eleva y perfecciona la ciencia, y que esta no puede desenvolverse ni progresar con seguridad sino a la sombra de la fe como expresión de la razón divina; pero que a su vez la razón humana, débil e imperfecta como es con relación a la razón divina, tiene, sin embargo, sus derechos y su dominio especial, puede constituir la ciencia de una manera más o menos completa, y sobre todo puede llegar por sí sola al conocimiento y posesión de no pocas verdades naturales: en una palabra; la filosofía de santo Tomás es la alianza de la filosofía y de la religión: en ella la razón marcha al lado de la fe; pero sin ser sacrificada ni destruida por ella."


(Fragmento de la Introducción a los Estudios sobre la filosofía de santo Tomás, por el M. R. P. Fr. Zeferino González, del sagrado orden de predicadores, catedrático de sagrada teología en la Real y Pontificia Universidad de Manila. Tomo I. Manila, 1864.)