Hay una característica típica de la personalidad científica de Santo Tomás de Aquino que han destacado siempre los estudiosos de su obra, y es la ausencia de su personalidad en sus escritos teológico-filosóficos. Esto puede parecer una contradicción, o un reproche contra el santo, pero nada más lejos de la realidad.
En una época como la nuestra, obsesionada con el ego, con la subjetividad, con expresar a toda costa los sentimientos o las opiniones personales, el Doctor Angélico se muestra como el perfecto ejemplo de honradez científica, que anonadándose a sí mismo busca por encima de todo el triunfo de la verdad. En el ámbito del pensamiento es como los héroes de guerra que se sacrifican en defensa de su familia, de su patria y de una causa justa; hay también un heroísmo intelectual, que vence sobre las embestidas de las pasiones, de la envidia, de la soberbia y de la vanidad, para hacer resplandecer la verdad por el puro amor a ella. Este triunfo es como todos los esfuerzos para vencerse a uno mismo, más difícil que los triunfos exteriores, y es por ello que vemos tantas veces la ciencia contaminada de ideologías, de intereses o de un simple afán de protagonismo. Por eso es tan necesario volver también en esto a Santo Tomás de Aquino.
Dice G. Manser en su gran obra La esencia del tomismo: "Tomás, en sus obras rigurosamente científicas, se muestra siempre seco, escueto, preciso, sin adornos, casi frío, como las más altas cumbres nevadas, que, ajenas al cambio de las estaciones, permanecen siempre inmutables. La tendencia eminentemente polémica de Duns Escoto llevaba consigo el que también lo personal se destacara en sus obras de una manera mucho más vigorosa. Todavía dista más del Aquinate el espíritu insatisfecho, malhumorado y pesimista con que Rogerio Bacon critica a casi todos sus contemporáneos -sin exceptuar a sus hermanos de Religión- para destacarse más a sí mismo. Rara vez se encuentra en las obras de Tomás la expresión de sentimientos personales y disposiciones de ánimo, a no ser en las cartas, en que con gran amabilidad contesta a las preguntas científicas que se le hacen. (...) Desde este punto de vista, su manera de trabajar y su sistema son los más impersonales de todo el siglo XIII, y su peculiaridad consiste precisamente en evitar todo lo individual y personal, para sacrificarlo todo al conocimiento de la verdad y a la concentración sobre ella y sobre el saber. En esto es Tomás el tipo del investigador rigurosamente científico".
Igual que en la vida práctica, el alma humilde de Santo Tomás estaba a entera disposición de la voluntad de Dios, en su vida intelectual era capaz de despojarse de todas las trabas que enturbian el verdadero conocimiento para reflejar de manera clara y cristalina la Verdad que en última instancia es Dios. Por ese motivo se representa al santo con un sol luminoso y radiante en el pecho. También Martin Grabmann destaca este carácter científico del Aquinatense como Manser, y dice: "Su método científico está guiado por puntos de vista rigurosamente objetivos y dominado únicamente por el ideal de la verdad. "En la aceptación lo mismo que en el repudio de las opiniones, no debe el hombre dejarse guiar por el amor o por el odio hacia aquel que las representa, sino antes bien por la certidumbre de la verdad" (In XII. Metaph. lect. 9.) En toda ocasión sigue nuestro pensador el camino recto de la verdad y procura aportar toda la luz y claridad posibles sobre los problemas que trata. (...) Su estilo es sencillo, práctico, positivo, sin vuelo retórico, sin colorido poético. Su objeto no es trazar brillantes cuadros, ni construir frases impresionantes y de rico colorido, sino construir ideas claras y límpidas. Fantasía y sentimiento parece que se retiran".
Por desgracia, en nuestro tiempo lo que vemos abundantemente es lo contrario, pues las ideologías y múltiples intereses llenan de nubes esa luz, dejando oculta la verdad para ponerse por delante uno mismo y ensalzarse sobre ella. Hay verdades filosóficas, morales o de ciencia natural, que no interesan, y que independientemente de su veracidad se rechazan o se cierran los ojos ante ellas por ser incómodas. Ya no parece importar la verdad, sino que lo que uno opina tiene valor por sí mismo por ser suyo, por ser su opinión, sus ideas; es ésta una de las consecuencias de la religión del hombre, que como humo de Satanás se ha infiltrado también en la Iglesia (según las propias palabras de Pablo VI).
Así, el propio Joseph Ratzinger, en su autobiografía Mi vida, llega a afirmar: “El descubrimiento del personalismo, que hallábamos haber sido hecho con una nueva fuerza de convicción en el pensador judío Martin Buber, constituyó para mí una importante experiencia intelectual (…) En cambio, me costaba entender a Santo Tomás de Aquino, cuya lógica cristalina me parecía demasiado encerrada en sí misma, muy impersonal y muy estereotipada”. Es el personalismo, la filosofía del hombre como medida de todas las cosas lo que se impone a la verdadera filosofía cristiana, así como cualquier tipo de subjetivismo desde Descartes y Kant hasta el sentimentalismo modernista. Lo mismo que en todas las manifestaciones artísticas, con esa histérica herencia romántica, se exaltan las obras más "personales" y se fomenta a los artistas más excéntricos con disfraz de genio incomprendido encerrado en su propio mundo personal.
Por ese motivo, incluso en las jerarquías vaticanas, a menudo no se comprenden temas verdaderamente fundamentales, porque contaminados de ese subjetivismo moderno de las filosofías idealistas, fenomenologístas o personalistas, no alcanzan a ver de manera clara y serena la realidad. Como dijo sabiamente en una de sus cartas el P. Francisco Alvarado, "la abundancia de la claridad suele a veces ser un estorbo para los ojos legañosos".
Urge por tanto volver a las fuentes claras y cristalinas del saber científico de Santo Tomás y a su espíritu y actitud ante la realidad para no quedarnos enlodados en el fango de las opiniones, del interés personal, de las ideologías y de la propia vanidad, pues lo que sobre todo debe buscarse es la Verdad, porque sabemos que sin ella no puede agradarse a Dios y que en ella nada encontraremos que vaya contra Él, pues Cristo nos dijo que Él es el Camino, la Verdad y la Vida.