lunes, 31 de octubre de 2011

El camino de Roma, de Hilaire Belloc

Recientemente ha aparecido una joya editorial de la que teníamos necesidad en el mundo de lengua hispana; una magnífica obra de Hilaire Belloc, quizá la mejor y la más querida por el propio autor, hasta ahora sólo disponible en una más pobre y mutilada traducción.

Se trata de El camino de Roma, publicada por Producciones Gaudete, donde la prosa bellociana fluye como un torrente entre anécdotas personales, descripciones y reflexiones aparentemente sencillas pero enjundiosas. La declaración de estilo queda clara desde bien pronto: "¡Escribid como sopla el viento y comandad a todas las palabras como si fuera un ejército!". No es una historia intimista, ni tampoco se aprecia ningún tipo de sentimentalismo, aunque nos sumerge en un vivencia profunda y vigorosa de la Fe y de una vieja cristiandad que impregnaba toda la sociedad. Este peculiar estilo y carácter de Belloc es descrito de manera muy acertada por el editor en estas líneas:

"En Belloc llama la atención su estar a gusto en el mundo, al menos en el mundo tal como nos fue legado por la vieja civilización cristiana, pero también en su aspecto de morada natural. En él no se respira ese desprecio del mundo que, erróneamente, algunos toman automáticamente por un anhelo de las cosas celestes. En él hallamos algo más próximo, menos artificioso y más desnudo, más afín a nuestro ser: el hecho de que el mundo es un lugar hermoso y terrible que amamos y del que, sin embargo, no ignoramos sus flaquezas y sus peligros. A una relación como ésta le sobreviene la fe como un don, pero también como un combate, pues sabemos que debemos gozar de este mundo como pasajero y en función de las exigencias del siguiente, mas eso no nos hace repudiarlo ni rechazarlo, sino que da una ternura doliente a nuestro viejo amor por la tierra, mientras buscamos el cielo"

Su forma de estar en el mundo nos transmite la alegría del cristiano que disfruta de los bienes legítimos que Dios nos ha dado, que se regocija en la paz espiritual que proporciona el orden de la vieja cristiandad, pues como expresa San Agustín, la paz no es otra cosa que la tranquilidad del orden, a diferencia del concepto negativo moderno, que supone que es únicamente la ausencia de violencia, fundamentalmente física, pues es la única que entiende el materialismo. Dicha paz espiritual no tiene nada de timorata y pusilánime, pues Belloc profesa una "devotio guerrera", en palabras otra vez del editor, que como refleja el fragmento que a continuación reproducimos, reivindica las viejas costumbres heredadas, como cazar, disfrutar de la buena bebida, cantar, bailar, navegar y trabajar con las propias manos. Y contra los absurdos y sinsabores de este mundo, el arma siempre eficaz de la ironía y el humor, que Belloc destila a raudales. De esta forma termina su hilarante prólogo: "Así que amémonos los unos a los otros y riámonos. El tiempo pasa y dentro de poco ya no reiremos. Entre tanto, la vida en común se hace difícil y gente muy seria nos está al acecho. Soportemos, pues, las cosas absurdas, pues tal cosa no es sino soportarnos mutuamente".




***

Fragmento de "El camino de Roma", de Hilaire Belloc


En el siguiente pueblo descubrí que la misa ya había terminado, lo que con justicia me enojó, porque ¿qué es una peregrinación en la que un hombre no puede oir misa todas las mañanas? De cuantas cosas había leído de San Luis (y que me hacían lamentar no haberle conocido y hablado con él), la que más me complacía era su costumbre de oír misa diariamente cuando viajaba hacia el sur. Por qué eso me parece tan delicioso es cosa que no acierto a explicar. Una costumbre como ésa conlleva, desde luego, una gracia y una benigna influencia, pero no me refiero a eso, sino a la grata sensación de orden y de cosa bien hecha que acompaña al día que uno inicia asistiendo a misa. Es una sensación puramente humana y, hasta donde se me alcanza, del tipo de las que los frailes de la fundición hubieran calificado de "sentimiento carnal", pero que es fuente de continuo consuelo para mí. Que ellos sigan su camino y yo el mío.

Esa sensación de consuelo yo la atribuyo a cuatro causas (un poco más arriba acabo de decir que no acierto con una explicación, mas ¿qué importancia tiene?). Y esas causas son:

1) Que durante media hora, justo al inaugurarse el día, está uno silencioso y recogido, y tiene que poner a un lado cuidados, intereses y pasiones mientras repite un acto familiar. Esto es sin duda un gran beneficio para el cuerpo y sirve para darle tono.

2) Que la misa es un ritual minucioso y rápido. La función de todo ritual (como vemos en los juegos, convenciones sociales y demás) es aliviar la mente de tanta responsabilidad e iniciativas, como si se replegara en sí misma, haciendo que durante el tiempo que dura la ceremonia nuestra vida se fije en sí misma. Así se experimenta un singular reposo tras el cual estoy seguro de que uno es más apto para la acción y para el juicio.

3) Que lo que nos rodea en la misa nos inclina a pensamientos buenos y razonables, amortiguando durante ese rato la aspereza e inquietud de esa atareada perversidad que nos trabaja por dentro y que recibimos del prójimo, la cual es la verdadera fuente de todas las miserias humanas. De manera que el tiempo pasado en misa es como un breve descanso en el seno de una profunda y bien provista biblioteca, protegida de todo sonido del exterior y en la que uno se siente seguro contra todo el mundo exterior.

4) Y la causa más importante de ese sentimiento de satisfacción es que uno hace lo que el género humano ha hecho durante miles de años. Ésta es una cuestión de tanta trascendencia que me asombra que la gente apenas escuche hablar de ello. Para ser moderadamente felices (por supuesto, ningún hombre o mujer adultos puede realmente ser muy feliz durante demasiado tiempo, pero quiero decir razonablemente feliz) y, lo que es más importante, para la decencia y tranquilidad de nuestras almas, sabemos que habremos decumplir con cualquier cosa que haya sido sepultada en nuestra sangre por la costumbre inmemorial. Ésa es la razón por la que de vez en cuando deberíamos ir de caza, o al menos disparar sobre una diana; deberíamos tomar siempre algún tipo de bebida fermentada con nuestras comidas -con especial obligación en los días de fiesta-; deberíamos de tiempo en tiempo bañarnos en el mar o en el río y en ciertas ocasiones deberíamos danzar, lo mismo que deberíamos cantar a coro. Pues todas estas cosas el hombre las ha practicado desde que Dios lo puso en un jardín y por vez primera sus ojos se inquietaron por un alma. En este sentido, recientemente algún maestro o indignado o cualquier otra cosa -cuyo nombre he olvidado- dijo al menos algo muy inteligente: que todo hombre debería realizar algún trabajillo con sus propias manos.

Qué buena filosofía es ésta y cuánto más valdría que las personas ricas, en vez de gastar su influencia y dinero en ligas para promover tal o cual excepcional asunto, dedicasen su capital a la conversión de la clase media a la vida sencilla y a las tradiciones de la raza. Si yo tuviese poder me encargaría de que durante unos treinta años la gente pudiera seguir en todas las cosas sus instintos heredados cazando, bebiendo, cantando, bailando, navegando y cavando; y quienes se resistiesen serían obligados a ello por la fuerza.

Así que en la misa de la mañana uno hace todo lo que la raza necesita hacer y ha hecho durante todas las épocas en lo que a religión concierne. En la misa tenemos la zona separada y sacra, el altar, el sacerdote revestido, el ritual invariable, el idioma antiguo y jerárquico, y en fin todo cuanto la naturaleza humana pida a gritos en materia de adoración.



(HILAIRE BELLOC, El camino de Roma, Ed. Gaudete, pp. 47-48)

viernes, 23 de septiembre de 2011

¿Qué es un tomista?

por Santiago Ramírez, O. P.
(fragmentos)


A las fiestas centenarias de la muerte de Santo Tomás se siguió una restauración y un rejuvenecimiento del tomismo, que todos participamos y aplaudimos, gracias al impulso gigantesco del gran León XIII, continuado por sus sucesores en el Trono Pontificio y secundado por la docilidad y por los esfuerzos de los católicos de buena voluntad.
¿Será estéril el centenario de su canonización? Si esto fuese verdad, debería decirse que la vida y la gloria hay que buscarlas en el sepulcro y no en los altares. Deber es de los católicos, singularmente de los de nuestra España, hacer fecundo este centenario con una fecundidad mayor que la pasada, ya que, según dice hermosamente León XIII, son los españoles "qui memoriam adamant Doctoris Angelici et in quibus Thomistica philosophandi ratio sectatores ingeniosos et doctos omni tempore invenit"
Y como la fecundidad es una propiedad de la vida perfecta y la vida no existe en abstracto, sino en algún sujeto vivo, necesario es concluír que la fecundidad del tomismo debe brotar de la vida tomista perfecta existente en los tomistas perfectos.

...Por tomista no entendemos una palabra vacía, ni un hombre vestido de cierto color determinado, sea blanco, sea negro, ni mucho menos uno que toma de Santo Tomás lo que le viene en talante, según sus caprichos, sino más bien aquel que participa o tiene o aspira a tener el espíritu de Santo Tomás de Aquino y que procura, cuanto está de su parte, penetrarse más de él y obrar en conformidad con él.

I. ¿Cuál es el espíritu verdadero de Santo Tomás de Aquino?

...El Santo Doctor no se contentaba de buscar a Dios con la inteligencia, por medio del estudio; porque Santo Tomás no era un intelectualista seco y árido, ni tampoco un místico sentimental, sino un espíritu sumamente equilibrado en su entendimiento y en su voluntad.
...En Santo Tomás no es posible separar su oración de su estudio, como no es posible separar su sabiduría de su santidad, pues santificándose se hizo sabio y estudiando se santificó; en él no se explica su ciencia sin su oración, ni tampoco su oración sin su ciencia.
...Si nos es lícito expresarnos así, Santo Tomás es un caso típico y concreto de la unión y de la armonía entre la razón y la fe, entre la santidad y la ciencia, entre la Filosofía y la Teología; él mismo es la encarnación nata de su propio sistema, y por eso el primer tomista y el tipo del tomismo puro e íntegro es el mismo Santo Tomás en persona.




II. ¿Cuál debe ser el "espíritu" de un verdadero tomista?

Visto el espíritu de Santo Tomás en sí mismo, no será difícil saber lo que es un tomista. Será, pues, un tomista el que tiene o aspira a tener por entero el espíritu de Santo Tomás, no de un modo cualquiera, sino tal como lo entiende la Iglesia.

...La amplitud del espíritu tomista exige que el tomista lo estudie todo, a ser posible, en sus propias fuentes, a imitación del Santo Doctor. Debe, pues conocer a fondo la Sagrada Escritura y estar enterado de los adelantos exegéticos de los últimos tiempos; debe dominar los Padres todos de la Iglesia, en su aspecto doctrinal y crítico, no con la superficialidad de un simple historiador, sino con la profundidad de un teólogo; debe estar familiarizado con todos los teólogos antiguos y modernos, hostiles a Santo Tomás y defensores de él; debe poseer muy bien la Filosofía antigua y la de su tiempo, la sana y la falsa, para aprovecharse de aquélla e impugnar a ésta y saber deslindar con verdad y con acierto los límites de la fe y de la razón; en suma, debe trabajar por dominarlo todo desde el Verbo de Dios, como Santo Tomás dominó toda la ciencia de su tiempo y la hizo servir a Dios.
Claro está -y esto no necesita decirse- que el tomista debe empezar por estar familiarizado con todas las obras del Santo Doctor, no estudiándolas como a ratos perdidos y consultándolas únicamente en casos de aprieto, sino de una manera constante, per se.

...Pero no basta encasillarse en Santo Tomás sólo y renegar como sistemáticamente de todos los demás. No nació el Angélico por generación espontánea, sino que fue incubado ya desde los tiempos antiguos, especialmente por San Agustín y por Aristóteles, en cuanto a su forma sistemática; pero de todos depende, aun de sus mismos contemporáneos; por eso es imposible conocer a Santo Tomás en sí mismo, ignorando la tradición filosófica y teológica desde los primeros tiempos. ¿No construyó él su grandiosa síntesis teniendo presente todo el pensamiento humano? Los sillares de esa gran fábrica han sido recogidos y pulimentados en gran parte por la humanidad entera, si bien el arquitecto fue Santo Tomás de Aquino.

...El tomismo no vive en el papel, sino en las inteligencias; y en las inteligencias vive como alimento que debe asimilarse y como germen que debe desarrollarse y fructificar... El tomista no debe transcribir sino ampliar a Santo Tomás, depurando y completando sus fuentes, tanteando y consolidando sus principios, asimilando y aumentando sus doctrinas con los nuevos elementos asimilables aportados por sus sucesores hasta nuestros días; y, una vez hecho todo esto, aplicar el tomismo a los problemas de hoy, con seguridad de éxito.

...Hace falta, pues, que el tomista verdadero amplíe con todas sus fuerzas el tomismo y le haga crecer; pero con un crecimiento homogéneo y por intususcepción, no heterogéneo ni por yuxtaposición. Por eso es necesario digerir todo lo que viene de afuera, no con medicinas y artificialmente, sino con los jugos segregados del propio tomismo, que son de suyo bastante poderosos para hacer fermentar y producir la digestión de cualquier alimento, por fuerte que sea, si es objetivamente asimilable. Pero aquí, como en todas las cosas, hace falta discreción, para no empeñarse en tomar alientos malsanos que, en lugar de dar fuerzas, producen vértigos, hasta que se arrojan de sí mediante una reacción violenta: tal sucedió a los tomistas que quisieron devorar los platos preparados por Descartes, por los [revelacionistas], por los ontologistas y por los modernistas. No han tenido más que dos caminos: o reventar, si eran de estómago débil o comieron demasiado; o vomitarlos, teniendo que estar a dieta una temporada, con el agravante de deber purgarse repetidas veces, y luego fortificarse con inyecciones de tomismo puro, hasta reanudar la vida normal.
Pero hay que guardarse también del vicio opuesto, y no encerrarse en sí, sin querer tomar alimento alguno, por temor de que nos van a envenenar. Tomemos, sí, las debidas precauciones -y la Santa Sede ha señalado varias-; pero después hay que nutrirse bien, para tener vida abundante y perfecta, advirtiendo siempre que el provecho no está en proporción con lo que se come, sino con lo que se digiere, según dice hermosamente Balmes.

...El tomista verdadero debe reconocer ese campo tan trillado de la especulación tomista de siete siglos, y tomar un bieldo y aventar esa preciosa mies, para separar el grano de la paja y dejar que el viento de la crítica se lleve el polvo. Debe, pues, comenzar por hacer un trabajo de limpieza y de depuración.

...Alguien nos dirá, al acabar de leer cuanto llevamos dicho, que hacemos imposible un tomista perfecto, porque nadie puede, él solo, con tanto... Es verdad: una cosa es el ideal y otra cosa es la realidad. Un solo hombre no puede por sí mismo abarcarlo todo, pero debe trabajar lo posible por acercarse a ese ideal.
Después de un estudio de conjunto, que todos podemos hacer, es preciso especializarse y hacer monografías completas sobre puntos determinados, según todas las exigencias del ideal tomista. Esto es posible realizarlo, y del conjunto de esas monografías bien hechas saldrá un tomismo completo, verdaderamente ampliado.
Lo malo es que muchos, viendo esa dificultad, y queriendo, sin embargo, aparentar ser tomistas perfectos, se contentan con tomar unas cuantas nociones de Santo Tomás, sin haberlas meditado y profundizado bien, y luego recoger de aquí y de allí unos cuantos datos históricos, con alguna que otra observación crítica, y así lanzan a la publicidad con grande aparato y al son de trompetas y de tambores los frutos de sus lucubraciones, artículos sobre artículos y volúmenes tras volúmenes.

...Algo semejante ocurre en su género con muchos sabios y con no pocos filósofos de nuestros días. No tienen paciencia o capacidad bastante para hacer profundas especulaciones, o desdeñan rebajarse al estudio concienzudo y detallado de laboratorio, y con ese espíritu -que es la antítesis del espíritu de Santo Tomás, según lo hemos visto más arriba- echan a perder la causa de la Filosofía y de la Ciencia... No estaría mal tener un poco más de humildad y confesar la propia ignorancia...

...Aspiremos, pues, según los deseos de la Iglesia, a ser tomistas integrales y perfectos, en la vida y en la doctrina: si en Santo Tomás no pueden separarse el Santo y el Sabio, tampoco deben separarse en los tomistas. Teniendo estos deseos y aspiraciones es como rezaremos con espíritu y con verdad la oración de la Iglesia en la fiesta de su Doctor, que contiene la síntesis de todo el presente artículo:



- Deus, qui Ecclesiam tuam BEATI THOMAE Confessoris tui atque Doctoris.

a) mira eruditione clarificas
b) et sancta operatione fecundas:

- DA NOBIS, quaesumus,

a) et quae docuit intellectu conspicere,
b) et quae egit imitatione complere.

- PER CHRISTUM Dominum nostrum. Amen. ASÍ SEA.


FR. SANTIAGO Mª RAMÍREZ, O.P.

Salamanca, 5 de febrero de 1923.

miércoles, 15 de junio de 2011

Flannery O'Connor y Santo Tomás


Del magnífico blog de Flannery O'Connor en español recojo la siguiente anécdota de la genial escritora estadounidense. Una gran escritora que supo combinar en su literatura el estilo sureño de Faulkner con su fe católica. Su estilo es de un gran realismo, un realismo crudo y a veces de extrema dureza, pero que frente al moderno realismo literario carente de moralidad y de sentido, encierra una demoledora crítica del nihilismo. Flannery O'Connor, al igual que otro gran escritor de lengua inglesa, Evelyn Waugh, reconoce la gran importancia de la actuación de la gracia en sus personajes, incluso cuando estos parecen resistirse.
Su obra tiene un profundo trasfondo filosófico y teológico, ya que como muestran los siguientes fragmentos, era una gran lectora de Santo Tomás de Aquino; pero también de otros autores tomistas modernos, como Etienne Gilson. El realismo literario de sus libros se nutre siempre de ese realismo filosófico; una mezcla del estilo sureño tradicional estadounidense con la metafísica tomista por la cual esta novelista católica en el sur protestante se autodenominó a sí misma como Hillbilly Thomist.


De las Cartas (p. 92):

No podría enjuiciar la Summa [de Santo Tomás de Aquino]; lo que podría decir es que todas las noches leo unos veinte minutos antes de acostarme. (…) En cualquier caso, me parece que puedo garantizar que santo Tomás amaba a Dios porque, por más que lo intento, no puedo dejar de amar a santo Tomás. Sus hermanos no querían que malgastara su vida siendo dominico, por lo que lo encerraron en una torre y metieron una prostituta en su dormitorio; la sacó con un atizador al rojo vivo. Hoy en día estaría de moda sentir simpatía hacia la mujer, pero yo tengo simpatía por Santo Tomás.

A Betty Hester le parecía que con eso que decía Flannery mostraba una actitud 'fascista', por defender el uso de la fuerza. Y Flannery responde (p. 95):

Pero busque otra palabra que no sea fascista para describirme tanto a mí como a Santo Tomás. Tampoco serviría totalitario. Santo Tomás y san Juan de la Cruz, aun siendo tan diferentes, estaban completamente unidos por la misma fe. Cuanto más leo a santo Tomás más flexible me parece. A propósito, san Juan hubiera sido capaz de sentarse con la prostituta y decir: "Hija, pensemos en esto", pero sin duda santo Tomás se conocía a sí mismo y sabía que debía librarse de ella con un atizador o ella le vencería. No sólo estoy de parte de santo Tomás, sino también de acuerdo en que usase el atizador. A esto lo llamo ser un realista tolerante, no un fascista.



lunes, 7 de marzo de 2011

7 de marzo, Santo Tomás de Aquino




SEMBLANZA ESPIRITUAL de Santo Tomás de Aquino
por Santiago Ramírez, O.P.


Santo Tomás era de alta estatura —de 1,90 metros—, recto, grueso, de cabeza voluminosa y calva en la región frontal, bien proporcionada, de color trigueño, de porte distinguido y de una sensibilidad extraordinaria. Cualquier cambio atmosférico o de clima le afectaba, y era sumamente sensible al frío. Su figura prócer se destacaba grandemente entre todos los miembros de la comunidad.

Su inteligencia era rápida, profunda, equilibrada; prodigiosa su memoria; insaciable su curiosidad, y su laboriosidad no conocía descanso. Comprendía con facilidad cuanto leía u oía, y lo retenía fielmente en su memoria como en el mejor fichero. Se procuraba todas las novedades de librería. Sin olvidarse de las mejores ediciones o traducciones; y con ser tanto lo que leía, era muchísimo más lo que pensaba y meditaba.
Evitaba toda palabra y conversación inútil. A imitación de su padre Santo Domingo, no hablaba más que con Dios o de Dios. En el momento en que la conversación salía de esos temas, discreta y amablemente se retiraba. Su único recreo era pasear solo por el claustro o por la huerta del convento, derecho y con la cabeza levantada, elevados los ojos al cielo en profunda contemplación. Pero era al mismo tiempo sumamente afable y cortés en su trato; siempre sonriente y servicial para con todos.

Estaba adornado de las más excelsas virtudes. De una pureza angelical consigo mismo y con los demás —quoad se et quoad alios—, era sumamente recatado y recogido. Evitaba con sumo cuidado el trato y conversación con mujeres, y rarísima vez se lo veía fuera del convento. Bartolomé de Capua, que lo conoció durante largos años, no lo vio fuera del convento de Nápoles más que una sola vez, a la hora de vísperas, y otra vez en Capua; solamente la caridad o la obediencia le hacían dejar su amable retiro claustral.

Su sobriedad era extrema. No comía y bebía más que una sola vez al día —a mediodía—, y siempre en el refectorio común. No se preocupaba de lo que le ponían delante, y tenían que cuidar de que tomase algo, porque se distraía continuando las altas especulaciones de su celda. Fray Reginaldo de Priverno, su habitual y fiel compañero, tenía que hacer con él oficio de nodriza.
Fue muy amante de la pobreza. Cuando escribía la Suma contra Gentiles usaba unos cuadernillos de papel mediocre, aprovechándolos hasta la última línea y el último ángulo. Se contentaba con el hábito y el calzado más pobres. En su celda no se hallaba nada selecto superfluo ni selecto.

Su humildad fue verdaderamente extraordinaria. Jamás hablaba de sí mismo ni de la nobleza de su familia. Cuando se trató de hacerlo maestro y profesor de París, alegó humildemente su corta edad y sus pocas luces, siendo así que su talento y capacidad habían sobresalido sobre todos los demás durante su cargo de bachiller bíblico y sentenciario. En los ejercicios y disputas escolares, en que es tan fácil excederse, máxime en aquellos tiempos y en aquellas circunstancias críticas por que atravesaba la Universidad parisiense, jamás se le escapó un gesto arrogante ni una palabra despectiva o molesta para nadie, a pesar de habérsele molestado y atacado duramente en ciertas ocasiones, como en el altercado de Juan Peckham, o cuando los partidarios de Guillermo de Saint-Amour, capitaneados por el bedel de la facultad, irrumpieron en su clase vociferando como energúmenos y maltratando a sus estudiantes. Rehusó con energía y tenacidad toda clase de altos puestos y dignidades eclesiásticas, contento con ser siempre un pobre y humilde fraile, y despreciando todas las pompas y vanidades del mundo. Con ser un hombre tan célebre y admirado de muchos, jamás sintió el menor movimiento de vanidad ni de soberbia.
Grande fue también su paciencia en los trabajos y enfermedades. Nunca se quejaba de nada que le faltase ni de sus dolores. Los enfermeros estaban maravillados, sobre todo en su última, larga y penosa enfermedad. Lejos de quejarse o molestarles con impertinencias, les mostraba humildemente su profundo agradecimiento por los más pequeños servicios que le hacían. Y durante las luchas y reyertas de París, en que le atacaban a él por una y otra parte como a principal adversario, y a veces como si fuera un hereje, jamás salió de su boca la menor queja en público ni en privado. Era la misma calma y placidez en medio de la tormenta como lo fue literalmente durante una travesía por el golfo de Lyon.

Pero al mismo tiempo era intrépido y enérgico en defensa de la verdad, dando siempre la cara con ejemplar nobleza. Cuando los gerardinos, por un lado, y los averroístas, por otro, emplearon procedimientos demagógicos, llevando la discusión de difíciles y complejos teológicos y filosóficos ante el tribunal del pueblo ignorante o de petulantes jovenzuelos, Santo Tomás se encara con ellos, y los emplaza a discutir noblemente por escrito y ante los sabios, con armas legítimas y cara descubierta. Y ante la insolencia y arrogancia de ciertos teólogos que afirmaban a boca llena y sentenciaban quasi ex tripode que una creación ab eterno era intrínsecamente imposible, sin tolerar ni reconocer el menor derecho a la opinión contraria, el santo les advierte que el talento y la sabiduría no han comenzado ni terminado con ellos, sino que también otros son capaces de saber lo que traen entre manos.
La ejecución rápida, detallada, conforme a todas sus cláusulas y encomiendas, del testamento de su cuñado el conde Roger de Aquila, son una obra maestra de justicia; lo mismo que la respuesta pronta y equilibrada a la consulta del general Juan de Vercelli sobre ciento ocho proposiciones denunciadas de Pedro de Taransia.

Su prudencia era proverbial. Se le llamaba el prudentísimo fray Tomás, prudentissimus frater Thomas. La acreditó plenamente en las respuestas que daba a san Luis de Francia y las varias consultas que le hicieron los capítulos generales y el general Juan de Vercelli.
Para con los pobres y desvalidos tenía entrañas de madre. Los compadecía sinceramente y les ayudaba cuanto podía con limosnas y consejos.
A pesar de su continua abstracción y taciturnidad, era profundamente humano para con todos, especialmente para con sus hermanos y sobrinos, que tierna y sobrenaturalmente amaba. A su sobrina Francisca, condesa de Ceccano, le consiguió del rey Carlos I de Anjou un salvoconducto para que pudiera ir a tomar baños a Nápoles. Pero era un cariño viril y sin sensiblerías. Cuando ocurrió la muerte de su madre y de sus hermanos, nadie podía notar en su rostro y modo de conducirse la menor mudanza o conmoción: únicamente se limitaba a encomendarlos a Dios en sus oraciones y sacrificios, invitando a sus discípulos y hermanos en religión a que hiciesen otro tanto.

Su amistad era fiel, sincera, sacrificada, tierna. De ella dan testimonio el rector y los profesores de la Facultad de Artes de París en su célebre carta al capítulo general de Lyon. Y la que tuvo con su ayudante y compañero fray Reginaldo es de las más puras y conmovedoras que registra la historia. Sin quererlo, se viene a las mientes la que tuvo el divino Maestro con su discípulo amado.
Pero sobre todo era hombre de gran oración y contemplación. Los testigos del proceso de canonización repiten hasta la saciedad que fue «hombre de gran oración», «de gran contemplación y oración», «de gran contemplación», «de contemplación ejemplar», llamándole «hombre contemplativo y totalmente abstraído de las cosas terrestres hacia las celestes», «contemplativo de Dios..., desprendido de las cosas terrenas y atraído por las celestes o divinas, con los ojos casi continuamente elevados al cielo».
Era el primero en levantarse por la noche, e iba a postrarse ante el Santísimo Sacramento. Y cuando tocaban a maitines, antes de que formasen fila los religiosos para ir a coro, se volvía sigilosamente a su celda para que nadie lo notase. El Santísimo sacramento era su devoción favorita. Celebraba todos los días, a primera hora de la mañana, summo diluculo, luego oía otra misa o dos, a las que servía con frecuencia. El oficio que compuso para la festividad del Corpus Christi y el sermón que predicó ente el consistorio con motivo de su inauguración son de los más tierno, devoto y profundamente teológico que se conoce en la sagrada liturgia: quo devotius in Ecclesia Dei non dicitur nec cantatur.

El arte ha inmortalizado este aspecto de la vida de Santo Tomás. En el museo del Prado existe un cuadro de Rubens en el que se presenta una procesión del Santísimo Sacramento. Van delante San Gregorio Papa, San Agustín y San Ambrosio. Siguen detrás San Jerónimo y San Buenaventura. En el centro avanzan Santo Tomás y Santa Clara. Ella va a la derecha y lleva la custodia; él camina a su izquierda, explicando con rostro inflamado el gran misterio. Lleva un gran libro debajo de su brazo derecho y acciona con la mano izquierda. San Gregorio, San Agustín y San Ambrosio detienen su marcha para escucharle; San Jerónimo, meditabundo, consulta la Sagrada Escritura; y San Buenaventura eleva, extático, sus ojos al cielo.
Sobre la tumba del santo, en la iglesia de San Sernin, de Toulouse, se levanta una magnífica estatua suya. En la mano derecha tiene el Santísimo Sacramento; en la izquierda, una espada de fuego. Debajo está grabada esta inscripción: “Ex Evangelii solio Cherubinus Aquinas Vitalem ignito protegit ense cibum”.
Igualmente tenía una devoción tiernísima a la Santísima Virgen. En el autógrafo de la Suma contra Gentiles se encuentran las palabras Ave, María, diseminadas por los espacios marginales, como otras tantas jaculatorias que brotaban de su corazón. Y cuando quería probar una pluma, no se le ocurría otra cosa.

Estas dos devociones predilectas suyas a Jesús y a María han sido bellamente expresadas por Andrés Orcagna en un hermoso políptico que se conserva en la iglesia dominicana de Santa María Novella, de Florencia. La Virgen Santísima, con gesto maternal, presenta ante su divino Hijo a Santo Tomás, que, arrodillado, recibe del Redentor un libro abierto, en donde se lee: «Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos. Te di un corazón sabio e inteligente (Ap 5, 9; Re 3, 12)». Y al pie del cuadro, en una figura más pequeña se representa al santo arrobado en éxtasis celebrando la santa misa.
Se encomendaba también con frecuencia a los ángeles y a los santos. Todos los días, por muy ocupado que estuviese con sus lecciones o sus obras, leía un capítulo de las Colaciones, de Casiano, para mantener vivo en su corazón, como él decía, el fuego de la devoción y amor de Dios.

A todo esto se unía el don de lágrimas, que poseyó en grado eminente. Durante la misa, sobre todo al acercarse la comunión, sus ojos eran dos fuentes de lágrimas. Lo mismo ocurría cuando contemplaba la pasión y muerte de Jesucristo, que lo hacía con mucha frecuencia. Y al cantar en Completas, durante la Cuaresma, de 1273, la antífona No nos deseches en el tiempo de la vejez, cuando nos falte la fuerza no nos abandones, Señor, llamó la atención de los religiosos el mar de lágrimas en que estaba sumergido.
Y con ser tantas las virtudes que adornaban su alma desde su niñez, pues conservó intacta su inocencia bautismal, creció siempre sin interrupción en todas ellas hasta el fin de su vida. Como atestigua el dominico Conrado de Suessa, que lo conoció durante largos años en Nápoles, Roma y Orvieto, «progresaba siempre de bien en mejor, y crecía de virtud en virtud». Hermosa y exactamente dice el cardenal Pedro Roger, que después fue papa con el nombre de Clemente VI: «como resulta claro a quien contempla su vida, es como si todos sus miembros fuesen ejemplos de virtud: se leía su simplicidad en la vista; su benignidad en la cara; su humildad en el oído; su sobriedad en el gusto; en la lengua su verdad; en el olor su suavidad; en su tacto la integridad; en su andar la gravedad; en su gesto la honestidad; en su entendimiento la claridad; en su afecto la bondad; en su mente la santidad; en su corazón la caridad: en él la belleza de su cuerpo fue imagen de su mente y figura de su bondad».

Espíritu eminentemente contemplativo —miro modo contemplativus según frase de Tocco—, para él no había dualidad ni oposición entre la oración y el estudio, como no la había la acción y la contemplación: su estudio era oración, y su oración era estudio. Por eso estudiaba y oraba siempre, salvo un tiempo brevísimo que sacrificaba al sueño. Como dice bellamente A. Touron: «oraba como si nada tuviera que esperar de su trabajo, y trabajaba con la misma aplicación que si la oración no pudiera bastarle para llegar a la ciencia más perfecta». En los últimos años de su vida sobre todo, el estudio quedó absorbido por la oración, y ésta por su forma más alta y elevada, que es la pura contemplación. Sabiduría, caridad, paz: he ahí las tres notas dominantes y características de la vida espiritual de Santo Tomás, que monseñor Grabmann ha expuesto deliciosamente en su Das Seelenleben des hl. Thomas von Aquin. No faltaba más que quitar las amarras del cuerpo mortal para que su espíritu volase hasta la presencia inmediata de Dios, traduciendo la contemplación en visión facial y beatífica. Fue canonizado solemnemente en Aviñon por Juan XXII el 18 de julio de 1323.


Santiago M. Ramírez, O.P.,
Introducción a Tomás de Aquino, BAC, Madrid, 1975, pp. 74-88
*Reproducido del blog TOMISMO

viernes, 25 de febrero de 2011

"Semblanza espiritual" de Santiago Ramírez, O.P.

Mi primer contacto con el P. Ramírez fue en la clase. Escuché sus lecciones sobre la fe, la caridad, la prudencia.
Su clase era distinta. A primera hora de la mañana, nuestra mente fresca entraba con gozo en lo profundo y luminoso de sus
ideas. Ponía todo su fervor y su fuego en la cátedra como el predicador más enardecido lo podía hacer en el púlpito.
Con los alumnos amable y exigente. Sabía escuchar. Y sabía distinguir lo que era "disculpa de estudiante" y lo que era razonable y justo. Comprensivo con el de voluntad recta, intransigente con el haragán.
Una clase nos impresionó: "La prudencia gubernativa requiere dos virtudes complementarias: la magnanimidad y la magnificencia.
El magnánimo es un espíritu amplio, generoso. Mira de cara los problemas. Acomete su resolución, a pecho descubierto, y con energia indomable, mirando siempre al bien común.
No se deja arrastrar por el aplauso, ni por las intrigas.
Conduce la nave a su puerto con pu
lso firme, siempre sereno y dueño de sí mismo.
No es interesado, sino dadivoso,
no vengativo, clemente,
no envidioso, caritativo,
no hablador, mas bien taciturno y siempre afable;
no precipitado, calmoso y ordenador.
Y sobre todo -notadlo- es humilde. No se oponen magnanimidad y humildad. Antes, la humildad es la base.
El magnánimo ha de empezar por ser humilde. Lo primero vaciarse de sí mismo en todas las direcciones del ser. Sin dejar nada movedizo e inestable. "Magnus esse vis, a minimo incipe". S. Agustín.
A más humildad, más magnanimidad.
El magnánimo aspira a una humildad gigantesca. No se contenta con una humildad cualquiera.
La fortaleza -heroica- del magnánimo le viene de Dios.
Dios da su gracia a los humildes. A más humildad, más gracia de Dios. A más gracia de Dios, más energías sobrenaturales. A más energías mayor magnanimidad. Todo lo puedo en Aquel que me conforta".

Terminada la clase el comentario brotó espontáneo y unánime: Se ha retratado a sí mismo.

No podíamos calar entonces hasta qué punto la vida de este hombre era fruto natural de la humildad y la confianza en Dios.

Entonces sólo veíamos los efectos: Entregado a su trabajo en la celda día y noche. Impasible a los halagos y a los vaivenes de cada día. Apasionado en la búsqueda de la verdad. Exacto en la expresión. Sin permitirse jamás en la clase hablar de temas ajenos. Parecía vivir aparte. Y sin embargo siempre estaba dispuesto a escuchar, a dar la orientación y el consejo oportuno en orden intelectual y espiritual. Nunca olv
idé esta reflexión suya en una conversación particular. La profesión solemne es una entrega de toda la persona. Por tanto, también de la inteligencia. Estamos obligados a estudiar con todas nuestras fuerzas. Y a estudiar precisamente lo mandado por la obediencia, que expresa la voluntad de Dios.
Sin distraer nada para otras cosas, que no sean el servicio de Dios.

Ha sido en la última etapa de su vida, cuando Dios nos concedió conocer la riqueza de su vida interior. Antes, nunca hablaba de sí mismo. Ahora, esperando la muerte durante tres meses, movido por la gratitud hacia quienes le atendían, y sobre todo, impulsado por la gracia de Dios, dejó traslucir algo de la grandeza de su alma.

HOMBRE DE HUMILDAD PROFUNDA

A pesar de su talla intelectual se mantuvo siempre humilde. Evitaba con escrupulosidad todo lo que pudiera ser molesto a otros. Jamás se quejaba de nada ni de nadie. Siempre sencillo y servicial. Sumamente agradecido, aún al menor servicio.

La compañía de mis hermanos es un
o de los más grandes consuelos humanos. Toda la Comunidad me mima con inmerecida atención. Del superior al último hermano, y de modo especial el médico, Dr. Villalobos, todos, todos rebosan de caridad hacia mí. Nadie en el mundo está mejor atendido que yo.

Y cuando ya no podía valerse por sí mismo, y unos religiosos le atendían en todos los servicios, decía: Dios nos doma. Algunas veces uno cree que vale algo y Dios le humilla. Le pone en condiciones de conocer que todo es gracia y don suyo.


HOMBRE DE FE

Sólo viviendo en la fe se puede alcanzar la plenitud de la vida. Pobres los que no tienen fe. ¡Pobres! Hay que rezar por ellos. Y compadecerlos. Les falta la alegría. La fe es un anticipo del cielo.
Frente a las dudas. Frente a las crisis espirituales hay una palabra que trae la luz y la paz: Creo, creo, creo. Y lo repetía con una fuerza y una convicción que impresionaba.

Fe en las virtudes de la vida religiosa.

¡Qué vida más penosa la de aquellos que no encuentran a Dios en su camino! En la vida religiosa nos sentimos en las manos de Dios. Conserven siempre la presencia de Dios. Y para ello, silencio. Guarden el silencio en las horas y lugares establecidos. Sean exigentes con ustedes mismos. Hay tiempo de recreación, de descanso. Queda uno compensado.

Fe en la oración.

He aprendido más rezando que estudiando. Las dos cosas... pero más rezando que sudando.
Piedad sólida centrada en la Santa Misa y en el Breviario. A veces, arrastrándose materialmente, acudía a primera hora de la mañana al Oratorio de la enfermería para celebrar. Aceptó, no sin sacrificio, celebrar en su celda. Al sentirse mejor volvió otra vez a la capilla. Y sufrió mucho los primeros días en que ya le era imposible decir la Santa Misa. Entonces con devoción y lágrimas escuchaba la Misa radiada.
En los últimos meses ayudado de una lupa rezaba el Breviario. Al insistirle que no lo rezase, lloraba y suplicaba se le dejase rezar aunque fuera con esfuerzo, ¡le hacía tanto bien! Y se emocionaba evocando los comentarios de los SS. Padres al Evangelio y las vidas heroicas de los santos. Se encomendaba al santo de cada día y notó que le iba bien.
Devotísimo de S. Pío X: ¡Nunca vi un hombre como aquel!, de S. Juan Bosco, de S. Antonio M. Claret, del Cura de Ars, Beato Valentín Berrio-Ochoa, San Martín de Porres.
Antes del estudio -cada vez que se ponía a estudiar- invocaba a S. Agustín y a Santo Tomás. Y a diario tenía su memento para el P. Arintero y el P. Colunga.

Muchas veces estando con él rezábamos el Rosario. Permanecía -durante la última enfermedad- largos ratos con los ojos cerrados. Luego le preguntábamos si había dormido. Respondía con sencillez: No, he rezado el rosario. Es lo que puedo hacer: rezar y sufrir. Después de una noche de insomnio: No he dormido. Pero también así me encuentro bien. Una noche en vela no es nada. Lo que verdaderamente es terrible son los afanes del corazón. Antes estos tengo miedo, porque me dejan la impresión de estar aniquilado. Lo acepto todo, y si Dios quiere más, más. Tengo necesidad de reparar mis culpas. Y más sufren otros. Y más sufrió Jesucristo. Ahora comprendo mejor que nunca, que debemos sufrir en nuestra carne aquello que falta a la Pasión de Cristo. Dios me ayude.

Amaba tiernamente a Santo Domingo. Nuestro Padre, los santos de la Orden son ejemplares para nosotros. Tenemos que hacer vida en nosotros sus grandes virtudes: humildad, obediencia, pobreza, observancias religiosas. Cuando se ejercitan estas virtudes con amor una comunidad marcha.

Durante toda la vida encontraba su gozo en la vida conventual. Cuando estaba en el extranjero, venía a este convento todos los años a pasar por lo menos una semana. Qué fortuna transcurrir la vida en un convento entre las observancias, la Misa..., las completas. Vivía con emoción los oficios solemnes. A veces se le veía llorar. Comentaba: Ahora la Liturgia se encuentra en un grado de perfección muy alto. Cantan bien. Preparan bien las ceremonias. Da gusto. Liturgia de Adviento, de Cuaresma, ¡con ese deje de penitencia y añoranza de la vida eterna...!

Fe en los Superiores.

Siempre sinceramente respetuoso con el Superior. Si se le consultaba respondía con sencillez, aclarando, aconsejando, dando luz, jamas imponiendo. Mantener firme el criterio recto pero con caridad: firmiter in re, suaviter in modo. Comprensión inmensa para las debilidades. Sabía esperar y confiar en que la reflexión y el buen criterio renaciesen.
Si el Superior ordenaba algo, era el primero en obedecer, sin jamás quejarse o murmurar. Aunque su criterio fuese otro. No murmuren de los Superiores. Nos tienen que soportar a todos. Y tienen motivos que no conocemos para obrar. Y tienen la gracia de Dios. Dice S. Agustín: Tener al Superior más amor que temor.
No murmuren de nadie. Hacer la misericordia de rogar por los que lo necesiten. No olvidar que cada uno de nosotros necesitamos de esa compasión de los demás.

Fe en el ministerio de la clase.

Sus alumnos pueden dar testimonio de su dedicación total y entusiasta y sacrificada a la clase. Este es su pensamiento: La clase es una cátedra sagrada, como lo es el púlpito. El profesor, que no se imponga por el cargo, sino por su competencia, por su bondad. La cátedra es un apostolado. A la clase no lleven chismes ni cosas del mundo. Sólo el tema de la clase. Y prepararlas bien en el fondo y en la forma. Hay que renovarse continuamente. Que sean dignas, interesantes. Y sean exigentes intelectualmente. Y ejemplares en su vida.
Lo alumnos reflexionen: que están en tiempo de formarse. No lo saben todo. Respeten al profesor, que está sacrificando su vida por ellos. Sean respetuosos, agradecidos, dóciles. Virtud fundamental: la docilidad, no borreguil, sí consciente y operativa. Impetu dirigido, que no vaya cada cual según su antojo. Discretos y modestos..., sin pedantismo. Con la oración y el esfuerzo todo se consigue.

Fe en la Iglesia.

Amaba a la Iglesia. Por eso sufrió por la Iglesia. Pero nunca fue derrotista: Esta crisis pasará, como otras muchas, que han sucedido a través de la Historia. Después la Iglesia saldrá más purificada, más rejuvenecida y más vigorosa. Es necesario trabajar todos juntos. Todos unidos al Papa. ¡Qué Papas más santos hemos tenido los últimos tiempos! La única cosa que importa es darse, con confianza en Dios que siempre triunfa.

Fe en la Orden.

No fue el P. Ramírez hombre que vino a vivir de la Orden sino para la Orden. Lo entregó todo en una generosidad y fidelidad sin tacha. Y tenía fe en la vocación sobrenatural de la Orden. La crisis actual afectará a todo. Pero hay motivos muy grandes para confiar. La Orden tiene una doctrina y una tradición muy sólidas. Y entre nosotros hay caridad. Lo estoy palpando a diario. Estos jóvenes que me atienden son impetuosos, como todos los jóvenes, ...les puede faltar la prudencia, pero tienen un criterio muy sano y mucha caridad. Hay que ser comprensivo con ellos y a la vez cultivar más y más el espíritu sobrenatural. Exigencia en la formación. Prepararlos a fondo en sentido cristiano y dominicano para trabajar indefectiblemente, incansablemente, donde lo disponga la obediencia, y lo exija el bien de las almas. Ser santamente optimista. Esta juventud tiene materia para responder plenamente a su vocación.


CONFIANZA EN LA MISERICORDIA DE DIOS

Su última lección fue de esperanza. Varias veces en nuestras conversaciones había surgido el tema. Siempre tenía la palabra oportuna, la frase exacta que aclaraba un problema, y siempre, la emoción que certificaba su gozo. Su libro De la Esperanza no es sólo ciencia, es un exponente de su vida.
"La esperanza dilata el corazón. QUASI TRISTES, SEMPER AUTEM GAUDENTES".
Dice S. Agustín "quasi..." como en un sueño.
La realidad es otra... gaudentes.
Un poco de tristeza es necesario tener en este destierro. Es propio del desterrado tener añoranza de la patria. Pero es una añoranza que no agobia. Te
nemos la certeza de llegar. Se debe a que "se dilata" el tiempo de abrazar al Señor.
Gaudentes: Alegres, en la realidad, porque la esperanza da certeza absoluta, apoyada en la ayuda de Dios, que no falla. Da inclinación, como una flecha que marcha al cielo... Sin arredrarse ante ningún peligro, ni retroceder ante ningún obstáculo.
Es virtud de viadores. Es la vida de la vida presente.
Es propia de los jóvenes. Y todos tenemos que ser jóvenes en el Señor. Vigorosos, llenos de vida...
¡Es triste haber ofendido a Dios! ¡Tanta bondad por un lado, tanta maldad por otro!...
Todas las virtudes teologales son grandes. La esperanza, ¡oh, la esperanza!
Y terminó, llorando de emoción:

"Yo espero salvarme.
Espero ir a la vida eterna.
Espero en la misericordia de Dios".

Luego añadió: La Virgen, ¡qué madre tenemos..., qué madre!
Y se refugió en el rezo de los misterios gloriosos del Rosario en la gozosa certeza de que muy pronto serían plenamente la vida de su vida.


Fr. Andrés Hernández, O. P.
Prior de San Esteban

(En Santiago Ramírez, O. P., In memoriam. Convento de S. Esteban. Salamanca. 1968)

lunes, 31 de enero de 2011

Fray Zeferino González y la filosofía de santo Tomás

Hace un tiempo publicábamos un texto de Alejandro Pidal y Mon sobre la doctrina científica de santo Tomás, una figura de gran importancia en el tomismo español contemporáneo. Hoy nos remontamos al Cardenal Zeferino González O. P. (1831-1895), su maestro y el de tantos otros, pues fue el impulsor de un gran movimiento tomista a nivel mundial, influyendo decisivamente en el documento pontificio de León XIII (Aeterni Patris) destinado a reavivar el pensamiento de santo Tomás del olvido y la incomprensión en que había caído durante el s. XVIII. Quince años antes de dicha encíclica papal, Zeferino González publicaba sus Estudios sobre la filosofía de santo Tomás (1864), por la cual se le puede considerar el primer tomista español contemporáneo, pues aunque se considera discípulo de Balmes, a quien dice incluso deber su vocación filosófica, la doctrina de este predecesor suyo era un mero espiritualismo ecléctico con ciertas influencias del santo Doctor, al que no obstante estudió a fondo en el seminario.

En los Estudios sobre la filosofía de santo Tomás, Zeferino González se propone exponer de una manera más o menos general el pensamiento del Doctor angélico, demostrando que no es una mera copia de Aristóteles sin mérito alguno, como comúnmente piensan muchos que no conocen su obra, así como probar su vigencia para los tiempos modernos, gracias a sus fundamentos eternos. Aunque algunos lo hayan considerado “rancio” e “integrista”, tenía razón Ortí y Lara en su crítica a Zeferino González por haber sido en ocasiones excesivamente condescendiente con algunas filosofías modernas; entre sus afirmaciones exageradas, estuvo decir que Fénelon, Bossuet o Leibniz fueron representantes de la vigencia del pensamiento de santo Tomás en su época.

Sin embargo, sí fue certera su crítica a los dos extremos vicioso de la filosofía de su tiempo, en la que pone hincapié en su obra sobre santo Tomás, de la que está extraído el texto de más abajo. Esos dos extremos opuestos eran el racionalismo y el tradicionalismo. Antes de leer el texto, conviene especialmente aclarar el segundo término. Tradicionalismo no tiene aquí un significado político referido a los movimientos contrarrevolucionarios, en oposición a la Revolución Francesa, y menos aún se refiere al calificativo innecesario que los católicos fieles a la fe de siempre hemos adoptado generalmente después del Concilio Vaticano II, en contraposición al “catolicismo” modernista imperante. Tradicionalismo, tal como lo usa Zeferino González, se refiere a una tendencia filosófica que trata de desautorizar completamente la razón humana independientemente de la fe revelada, con lo cual, por sí misma estaría siempre condenada a fracasar, cegada también para las verdades naturales que no atañen a la fe. Por este motivo, y especialmente en español, a esta tendencia se la ha llamado más propiamente revelacionismo, cuyos exponentes principales han sido Bonald y Maistre, a cuyas posturas se acercó peligrosamente en España Donoso Cortés, aunque Menéndez Pelayo lo atribuyó más a sus exageraciones retóricas que a una idea que realmente sostuviese conscientemente. Esta tendencia, es por tanto, lo contrario del racionalismo, que afirma la omnipotencia de la razón humana, la cual no tendría ninguna necesidad de la fe y sería capaz de desvelar absolutamente todos los misterios del universo de manera progresiva. Como dijimos, ambos extremos son viciosos y falsos, y la filosofía de santo Tomás de Aquino es un modelo ejemplar donde se rechazan tanto uno como otro, guardando un perfecto equilibrio entre fe y razón y delimitando con claridad los objetos que le son propios a cada una; es por ello Zeferino González acude a él siglos después, cuando la filosofía naufraga en esa confusión, que por otra parte, no es nueva.


"Después de haber reinado en las universidades de la Europa cristiana con gloria creciente de día en día; después de haber producido discípulos como Durando, el agustiniano Egidio Romano, Brawardin, Dante y Savonarola; después de haber adquirido inmortal renombre al hablar por boca de Torquemada y del cardenal Ragusa en los concilios de Basilea y Constanza, de Juan de Montenegro en el concilio de Florencia, y del cardenal Cayetano en Roma; santo Tomás aparece en el siglo XVI rodeado de nuevo de inmenso brillo al lado de la Iglesia católica.

Sabido es de todos el triunfo alcanzado por la Iglesia en el siglo XVI y su gloriosa regeneración. Desfigurada en parte y envilecida por las tristes y lamentables consecuencias del gran cisma de Occidente, minada sordamente por las pretensiones exageradas del Renacimiento, atacada de frente por el Protestantismo, la Iglesia católica hizo un esfuerzo vigoroso y supremo, concentró sus fuerzas para dar calor y vida a las semillas de reforma que habían sido depositadas en su seno y venían desarrollándose lentamente desde mediados del siglo anterior, y salio del concilio de Trento purificada y radiante de gloria y de esplendor. Pues bien; al lado y a la sombra de la Iglesia católica y radiante de gloria y de esplendor como ella, se presenta también en aquel siglo el nombre de santo Tomás. Lejos de palidecer el brillo de su nombre en aquel gran movimiento religioso, moral y científico que se realizó entonces, despide por el contrario más vivos fulgores: el gran siglo de la Iglesia y de la restauración de las ciencias eclesiásticas, es también el gran siglo de santo Tomás. Basta recordar los nombres de Vitoria y Melchor Cano reformando y dando acertada dirección a los estudios teológicos en España; basta recordar los nombres de aquellos grandes teólogos y canonistas españoles, que tan brillante papel hicieron en Trento y en la Europa toda, Domingo Soto, Lainez, Salmeron, Pedro Soto, Antonio Agustin, Covarrubias, Carranza y Arias Montano salidos en su mayor parte de la escuela de santo Tomás e inspirados todos en sus doctrinas; basta en fin recordar que el concilio de Trento, una de las asambleas mas augustas que jamás vieran los siglos, y en que se reunieron, por decirlo así, todas las eminencias de la ciencia y de la virtud de todas las naciones cristianas, colocó la Suma Teológica de santo Tomás al lado de la Biblia, para que sirviera como de base y norma en sus discusiones y decretos. Este es sin duda alguna el mayor honor que se ha dispensado y que puede dispensarse a un libro escrito por la mano del hombre. Este suceso trae involuntariamente a la memoria la bella expresión del P. Raulica cuando dice, que la “Suma es el libro más sorprendente, más profundo, más maravilloso que ha salido de la mano del hombre; porque la santa Escritura ha salido de la mano de Dios”.

A pesar de las tendencias racionalistas impresas a la filosofía por el protestantismo y después por el movimiento cartesiano, el nombre de santo Tomás brilla todavía en el mundo literario y científico y recibe los homenajes de los sabios durante el siglo XVII y parte del XVIII. Y no es solo en el campo de las ciencias eclesiásticas donde tiene lugar esto; observase lo mismo en las filosóficas, porque Fenelon, Bossuet y Leibnitz, los tres mas grandes filósofos de esta época, aunque parecen cartesianos a primera vista por parte del método y formas de exposición, son en realidad discípulos de santo Tomás en cuanto a la doctrina: los escritos filosóficos de los dos últimos especialmente, no son otra cosa en el fondo que la filosofía de santo Tomás.

Solo en el siglo XVIII; solo en el siglo de la impiedad, del sensualismo especulativo y práctico, y de los ataques contra la Iglesia de Cristo; solo en el siglo de Voltaire y de los enciclopedistas, es cuando se obscurece el brillo de su gloria. Pero apenas la escuela escocesa comienza el movimiento de reacción contra la filosofía de Locke y Condillac; apenas la filosofía espiritualista y cristiana comienza a recobrar sus derechos, cuando comienza a rehabilitarse también el nombre de santo Tomás. A medida que el espíritu humano avanza en este movimiento, crece en proporción el prestigio de su nombre.

Hoy que han visto la luz pública tantas publicaciones de indisputable mérito, relativas a la edad media; hoy que vemos publicarse en Francia, Alemania e Italia multitud de trabajos concienzudos sobre diversas fases e instituciones de aquel periodo, y especialmente sobre sus monumentos científicos y literarios, vemos a todos los sabios de alguna nota así de la Iglesia como de fuera de ella, rendir homenaje a porfía al genio de santo Tomás. ¿Quién ignora los brillantes y repetidos elogios, que le han tributado todos los grandes escritores católicos de nuestro siglo? Rosmini, Gioberti, Raulica, Alzog, Balmes, Donoso Cortés, Augusto Nicolás, Montalembert, Ozanan, Maret y el mismo Cousin a pesar de sus tendencias heterodoxas y sus doctrinas panteístas, todos a porfía han prodigado elogios a su saber y grandes trabajos científicos, reconociendo especialmente en él, uno de los mas grandes filósofos, que han honrado la humanidad.

De aquí es que vemos a la filosofía de santo Tomaas ejercer marcada influencia en las obras de los citados escritores, y con especialidad de aquellos, que se han ocupado mas de filosofía. Gioberti, Maret y aun Mr. Cousin traen con frecuencia a la memoria sus doctrinas filosóficas; pero sobre todo los escritos filosóficos de Rosmini, de Balmes y de Raulica no son otra cosa en el fondo que la filosofía de santo Tomás.

Preciso es confesar sin embargo, que la inmensa mayoría de los hombres de letras, y el vulgo por decirlo así de los escritores, (porque también las letras y las ciencias tienen su vulgo) no se hallan en estado de juzgar por si mismos con acierto esta filosofía, debiendo sin duda achacarse a esto el que no falten escritores superficiales a quienes vemos hablar todavía de la edad media, de la Escolástica y de la filosofía de santo Tomás, como pudieran hacerlo los enciclopedistas del siglo pasado. Esto no es extraño: aparte de la dificultad que ofrece para muchos la lengua latina en que se hallan escritas las obras del santo Doctor, lengua cuya ignorancia se va generalizando de día en día bajo el pretexto especioso de su inutilidad, que no es mas que un paliativo de la pereza y aborrecimiento al trabajo; aparte también de la dificultad que ofrece para muchos la terminología propia de aquella época, no todos se sienten inclinados a los estudios serios de la alta filosofía, ni disponen del tiempo necesario, ni se hallan adornados del talento y cualidades conducentes a este efecto. Añádese a esto, que las doctrinas filosóficas de santo Tomás no se hallan reunidas en un cuerpo de doctrina o curso regular y seguido: es preciso entresacarlas de sus numerosas obras, y por consiguiente consultar muchos volúmenes, reunir y clasificar sus pasajes, comparar en fin sus ideas y pensamientos, para poder formar juicio exacto y cabal sobre el verdadero espíritu de su filosofía.

Estas reflexiones por una parte, y por otra el haber notado con demasiada frecuencia, que no sólo escritores medianos, sino también algunos de los más notables de nuestro siglo han incurrido en muy graves inexactitudes al exponer y juzgar algunos puntos de la filosofía de santo Tomás, y puntos de inmensa trascendencia, es lo que ha hecho surgir en nosotros el pensamiento de escribir esta obra. Exponer el espíritu y las tendencias generales de la filosofía del santo Doctor; dar a conocer la verdad y la elevación de sus ideas en la solución de todos los grandes problemas de la ciencia; comparar esta solución con la solución dada por la filosofía racionalista y anticristiana, y sobre todo y con particularidad, fijar y comprobar el verdadero sentido de sus doctrinas; tal es el pensamiento dominante y el objeto que nos hemos propuesto al escribir estos Estudios sobre la Filosofía de santo Tomás.

No se crea sin embargo que vamos a escribir un curso completo y regular de filosofía; tratamos de exponer solamente el pensamiento del santo Doctor sobre las cuestiones fundamentales y más importantes de la alta filosofía, sin descender a cuestiones de menor importancia y secundarias, por decirlo así, las cuales si bien se hallan también tratadas en los escritos del santo Doctor, las consideramos como fuera del objeto de esta obra y más propias para un curso elemental. Aún respecto de estas cuestiones fundamentales, prescindimos de aquellas que se refieren a aquellas partes de la filosofía cuya perfección y superioridad en santo Tomás se hallan universalmente reconocidas. Por eso decimos pocas palabras sobre la moral y política, y omitimos por completo la teodicea. Nadie pone en duda la superioridad del santo Doctor en cuanto a las ciencias morales, y por lo que hace a la teodicea, además de ser generalmente conocidas sus ideas, es fácil a cualquiera conocerlas por sí mismo, consultando las primeras cuestiones de la Suma Teológica, y el primer libro de la Suma contra los Gentiles. Así es que hemos limitado nuestro trabajo a la ontología, la cosmología, la psicología y la ideología, que son las partes más importantes, y al propio tiempo, las menos conocidas de la filosofía de santo Tomás; contentándonos por lo que respecta a la moral y política, con tratar y examinar solamente aquellos puntos de su doctrina, que o son poco conocidos, o no han sido juzgados y apreciados con exactitud y verdad por los que de ellos se han ocupado.

Los que conocen la historia de la filosofía, saben bien que en oposición a las tendencias racionalistas, que la invadieran y aun hoy la dominan en gran parte, se ha declarado entre algunos filósofos católicos de nuestro siglo un movimiento diametralmente contrario. En frente, o mejor dicho, en el extremo opuesto a la escuela racionalista, que afirma que la razón sola se basta completamente a sí misma, que lo puede conocer todo y dar satisfactoria solución a todos los grandes problemas de la ciencia, sin contar para nada con la tradición y con la idea religiosa; que afirma en una palabra, que la religión con sus dogmas incomprensibles y superiores al hombre debe abandonarse a los espíritus crédulos, pero que nada de significar en un siglo de ilustración para los espíritus elevados y que saben pensar y reflexionar; hemos visto alzarse en nuestros días una escuela que, a no haber cejado en sus exageradas pretensiones, se hubiera convertido en un peligro permanente para la Iglesia y para la razón humana. Tal es la escuela tradicionalista sostenida por Beautain, Bonald, Maistre y otros escritores bastante notables que, a fuerza de exagerar la necesidad del elemento religioso y tradicional en la filosofía, tienden a la negación de toda verdadera ciencia, y que no contentos con subordinar la razón a la fe, pretenden negar la existencia y hasta la posibilidad de la evidencia natural, llegando en último resultado a la negación de la filosofía y al aniquilamiento de la razón humana.

Pues bien; aunque según queda indicado, el objeto principal y preferente de esta obra, es exponer, fijar y comprobar el pensamiento filosófico de santo Tomás y el verdadero sentido de sus doctrinas; el lector encontrará también en ella la refutación de estas dos escuelas; porque toda la filosofía del santo Doctor puede mirarse como la demostración práctica de esta gran verdad que jamás debiera olvidar el espíritu humano, a saber; que el elemento religioso eleva y perfecciona la ciencia, y que esta no puede desenvolverse ni progresar con seguridad sino a la sombra de la fe como expresión de la razón divina; pero que a su vez la razón humana, débil e imperfecta como es con relación a la razón divina, tiene, sin embargo, sus derechos y su dominio especial, puede constituir la ciencia de una manera más o menos completa, y sobre todo puede llegar por sí sola al conocimiento y posesión de no pocas verdades naturales: en una palabra; la filosofía de santo Tomás es la alianza de la filosofía y de la religión: en ella la razón marcha al lado de la fe; pero sin ser sacrificada ni destruida por ella."


(Fragmento de la Introducción a los Estudios sobre la filosofía de santo Tomás, por el M. R. P. Fr. Zeferino González, del sagrado orden de predicadores, catedrático de sagrada teología en la Real y Pontificia Universidad de Manila. Tomo I. Manila, 1864.)