domingo, 21 de marzo de 2010

Santo Tomás como ejemplo de castidad

Cuando Santo Tomás decidió entrar en la Orden de Predicadores, su familia se opuso fuertemente, pues pretendían para él un destino más acorde con su noble cuna, como era llegar a ser Abad del prestigioso monasterio benedictino de Monte Casino, a donde le habían mandado de pequeño como estudiante. Así pues, sus hermanos fueron a raptarle sin contemplaciones para alejarle de los dominicos y obligarle a dejar su hábito, y le interceptaron por un camino cuando se dirigía con el Maestro Juan de San Julián a un convento de la Orden de Santo Domingo en Bolonia. Después le llevaron a la casa fortaleza familiar en Rocaseca, donde le someterían a una dura prueba:

"La vida de fray Tomás en dicha fortaleza no fue propiamente una cárcel ni una reclusión. Podía circular libremente por toda ella, aunque su madre había tomado las medidas oportunas de vigilancia. Trataba de reducirlo por las buenas. Halagos, el honor y el porvenir de su familia: su talento y su virtud le hacían acreedor a los más encumbrados puestos en la Orden benedictina o en el siglo; todo, menos simple fraile mendicante. (...)
La vida de fray Tomás se concentró en la oración y en el estudio. Sabía todo el Salterio de memoria desde su paso por Monte Casino. En el año y medio largo que pasó en Rocaseca aprendió de memoria lo restante de la Biblia y las Sentencias de Lombardo.

Pero le faltaba por soportar la prueba más dura. Al cabo de un año largo vuelven sus hermanos del campamento y ponen en obra todos los medios para reducirlo a abandonar el hábito dominicano. Se lo hacen jirones, para que se avergüence de su desnudez y se vea obligado a vestir el benedictino o el traje de seglar; le quitan sus libros y su Breviario, para que no pueda rezar ni estudiar y acabe por aburrirse; y como golpe decisivo se concierta con una joven hermosa y elegantemente ataviada, pero de costumbres ligeras, a la que introducen en la habitación de fray Tomás con el encargo de tentarlo y seducirlo a toda costa. Mas todo en vano. Porque él se cubre con sus harapos, y tiene en su cabeza el contenido de sus libros: y en el momento en que ve entrar a la mujerzuela en su aposento, corre a la chimenea, que estaba ardiendo; arrebata un tizón y con él pone en fuga precipitada a la tentadora. Luego se dirige al ángulo más apartado de su habitación y dibuja en la pared una cruz con el tizón, ante la cual se postra en oración, suplicando al Señor que le libre para siempre de los ardores de la carne. Fue inmediatamente escuchado, y durante el sueño se le aparecieron dos ángeles, que le ciñeron un cíngulo como prenda de perfecta y vitalicia castidad. Desde entonces no volvió a sentir jamás el menor movimiento sensual. La victoria había sido completa."


Santiago Ramírez en Síntesis biográfica de Santo Tomás ("Introducción general" a la Suma Teológica)

viernes, 19 de marzo de 2010

La doctrina científica de Santo Tomás, por Alejandro Pidal y Mon

Este artículo de Alejandro Pidal y Mon, pertenece al primer número de la revista La Ciencia Tomista, del año 1910, realizada por la Facultad de Teología de San Esteban, de los dominicos de Salamanca. Se podría decir que este texto es la declaración de intenciones de la publicación, en éste su primer número, pues expresa la necesidad de volver a la doctrina tomista para enfrentar los problemas de los tiempos modernos, desde la filosofía transcendental kantiana hasta la herejía modernista que surgía ya por aquel entonces, condenada por San Pío X en la Pascendi tres años antes de la fundación de esta revista. Volveremos sobre esta publicación tomista de enorme importancia durante bastantes años, pero hay que adelantar que como tantas otras cosas, a partir del Concilio Vaticano II se desvirtuó hasta extremos escandalosos, desviándose no sólo de la doctrina eterna del Doctor Angélico, sino también de los mismos caminos de la ortodoxia católica, lo que a la postre está unido realmente. Esto no es ninguna manía contra nada, ni ninguna exageración pasional, sino una triste realidad que desearíamos que no fuese así, pero que es imposible no constatar. En una próxima entrada analizaremos un poco esta desafortunada trayectoria. Mientras tanto, pueden apreciar el espíritu que animaba a esta revista en su nacimiento, hace ya 100 años...



LA DOCTRINA CIENTIFICA DE SANTO TOMÁS ¿Es una gloria del pasado o es además una necesidad del presente y hasta una esperanza del porvernir?


"Eres tú el que has de venir,
o esperamos a otro?"
(San Mateo, cap. XI, V. 3.)

La prueba de que Santo Tomás no pasó es que hay que volver a él.
Decimos esto porque todavía hay católicos que, admirando de buena fe la doctrina científica de Santo Tomás, ajenos a los tristes prejuicios y preocupaciones de los escritores antiescolásticos de los siglos XVII y XVIII y aun de comienzos del XIX, si creen que el Doctor Angélico fue un sabio, dado el estado de la ciencia en su época, que prestó grandes servicios en la crisis filosófica de su edad, no vacilan en asegurar que hoy en día no es cosa de resucitar, para valerse de ellos en el combate científico con la impiedad, ni la doctrina filosófica, ni el método escolástico, ni, por supuesto, el lenguaje técnico y abstracto del Ángel de las Escuelas.
Contribuyen a esta manera de ver las tímidas e incompletas defensas de los primeros apologistas del Santo, pasado el primer ímpetu de la barbarie cartesiana; las inexactas y deficientes restauraciones parciales de algunos puntos de su doctrina; el afán de crítica y de innovación, aun entre los católicos muy probados, y el deseo de oponer a los errores modernísimos algo modernísimo también, que no trascienda en modo alguna a tiempos mandados ya recoger, como curiosidades arqueológicas, en los archivos de la Historia.
Todo esto, a nuestro parecer, entraña errores muy graves sobre la doctrina y la misión de Santo Tomás y sobre el carácter y trascendencia de los errores contemporáneos.
Estos errores, vístanse como se quieran vestir, con todo género de arreos científicos modernistas, no son en su substancia filosófica otra cosa que errores añejos exhumados con gran aparato de novedad; y reducidos por la lógica a sus premisas metafísicas, salta a los ojos del concienzudo observador que sólo consisten en deficiencias de la filosofía, de la razón y de la lógica, o sea de la verdad científicamente demostrada.
Lejos, pues, de necesitar nuevas armas para ser vencidos en el terreno de la filosofía, lo que procede es aplicarles la regla inalterable y normal de la eterna sabiduría para poner en evidencia, dónde empiezan a flaquear, al apartarse de la recta (en lo que consiste su error), y cómo se corrige su falsedad, volviéndoles lógicamente al camino real en el punto en que lo abandonaron.
Si las doctrinas filosóficas fueran objeto adecuado a las veleidades de la moda, concebiríamos otro modo de proceder, al compás de como proceden los sofistas, que pasan con la más imperturbable seriedad, en pocos días de vagancia, del idealismo más subjetivo y quimérico al más grosero positivismo. Pero si la ciencia es la demostración por las causas, no se concibe otra variedad que la de la forma accidental de la exposición, y ésa por deficiencia intelectual del agente o ignorancia del instrumento de la exposición. La naturaleza propia de cada ciencia determina lógicamente por sí el procedimiento más propio. Al que propusiera explicar en verso la trigonometría, por razón de estar en moda la rima, sería cosa de mandarlo encerrar en el manicomio más próximo.

Por lo que hace a Santo Tomás, lo primero es considerarlo tal como es, tal como lo evidencia la Historia, tal como lo venera la Iglesia y tal como lo adora la Cristiandad. San Vicente Ferrer, el Ángel del Apocalípsis, el salvador de la humanidad en la más tremenda crisis de sus destinos, nos consignó la fórmula definitiva y total de su providencialísima misión: "Santo Tomás --nos dejó escrito el Taumaturgo insuperable-- fue enviado por Dios pro hujus mundi illuminatione"
Y en esta obra que le reconoce la humanidad no se anduvo el Santo por las ramas: cogió al ente por la esencia, y por la existencia lo elevó a su más inalterable unidad; lo estudió en su mayor profundidad y grandeza; descendió, analizando todos los grados de su participación, a toda la escala de las realidades creadas, y, aprisionando el universo entre los polos inmutables de su Primera Causa y de Último Fin, nos fijó para siempre la maravillosa y sublime explicación de todas las armonías del ser destacándose luminosas sobre todas las deficiencias caóticas de la nada.
¿Qué hizo para esto Santo Tomás? Casi nada, como quien dice: juntó en uno la luz divina de la razón con la luz celeste de la revelación y formó la antorcha inextinguible de la ciencia cristiana: con una mano recogió todo el tesoro de la tradición acendrado y depurado por ella; con la otra, todas las riquezas de la observación, de la indagación, del estudio, de la inducción, de la experiencia y el raciocinio, ordenándolas con lógica severidad y con artística grandeza, e, indiferente a todo estímulo de notoriedad, a toda tentación humana de vanagloria y a toda necia aspiración de originalidad, les dió la forma propia natural de las especulaciones científicas y lanzó al mundo una doctrina que es la expresión científica de la verdad y la fórmula insuperable de la sabiduría.
Esto fue lo que hizo Santo Tomás; y cuanto más se le mutila o se le niega, más claramente se confirma esta verdad innegable.
Si se encuentra en sus obras (v. gr.) algún sedimento de metal procedente de la mina de otros autores, lejos de acusar su penuria, su falta de originalidad o su plagio, se demuestra y se confirma más con ello que todo lo recogió, depurándolo, ordenándolo y organizándolo después, en el acerbo común de su unificada doctrina.

Si se le clasifica por razón del fondo o de la forma de su enseñanza como discípulo de Aristóteles, a pesar de su alto y profundo aprovechamiento de Platón y de las veces que corrige, interpreta y mejora al filósofo de Estagira, se proclama su altísima y serena compenetración con las eternas disposiciones de la sabiduría divina, que, si proveyó a la clásica antigüedad del Sabio, del Historiador, del Poeta, como modelos ideales de cada disciplina en el mundo, no quiso dejar de proveerle del Filósofo, poniéndole, no allá, entre las visiones intuitivas de la Academia, ni entre las sistemáticas e implacables austeridades del Pórtico, sino entre los análisis concienzudos, severos y comprensivos de la realidad, del Liceo, que constituyen el fondo y los procedimientos inalterables de la perenne filosofía de la verdad transcendental y de las leyes invariables del pensamiento.
Desde ese cauce imperecedero de la razón, por donde corre por ley constitutiva de la naturaleza intelectual el ancho y profundo río de la investigación filosófica, el filósofo de la Edad Cristiana y el teólogo de la Edad Moderna, recogiendo todas las aguas tributarias de la tradición, tanto gentílica como creyente; todos los datos de la realidad, interpelada por la observación y contrastados por la lógica; todas las enseñanzas de la razón, y todas las revelaciones del Cielo, construyó el inexpugnable Alcázar de la Escolástica, donde se firmó el testamento indestructible de la fe y la razón; ¡opulento y magnífico palacio de la verdad, en cuya torre del homenaje dan su guardia de honor las ciencias, y en cuyo centro alza su cúpula luminosa al cielo el templo vivo del Señor!
¡Ahí está, en pie, augusto, formidable, sereno, indestructible, ese monumento, desafiando las edades, los elementos, la saña implacable del mal y del error, como la pirámide del desierto, insumergible a las aguas de todos los diluvios de la impiedad, en todas las épocas de la Historia! ¡y cada vez más grande! ¡cada vez más firme! ¡cada vez más alto!
Por su frente volvieron a pasar todos los errores antiguos y todos los sistemas añejos, ataviados a la moda de las edades modernas, y todos le saludaron con el homenaje de su alabanza o su injuria, acreciendo su pedestal con los despojos de su ruina.
Por su frente pasaron las sutilezas de la herejía, las irreverencias del cisma, las seducciones del Renacimiento, las furias de la Protesta, las inepcias de la Enciclopedia, la petulancia cartesiana, las torpezas del sensualismo, las fantasmagorías del idealismo, el criticismo de Kant, el panlogismo de Hegel, el positivismo de Comte y el agnosticismo de Mill, y todo cuanto revuelve, teje y enmaraña la anarquía de la sofistería novísima en su afán de construir la Babel de las indisciplinas humanas, edificándola del revés, contra todas las leyes científicas, morales y matemáticas que rigen el arte de la construcción y la naturaleza propia del ser en todas las esferas de la actividad y en todos los órdenes de la vida.

Y lo más curioso del caso es que a cada nueva invasión, a cada nueva oleada de la barbarie científica, que por algo permite Dios que azote los cimientos de la verdad, la autoridad de Santo Tomás y de su doctrina se acrece, pues, arrollados por las aguas turbias del aluvión los sistemas espiritualistas incompletos, los idealismos fantásticos o los positivismos quiméricos, el espíritu, en busca de firme e inconmovible realidad a que asirse y en que sostenerse, se halla con la filosofía perenne de Santo Tomás, que, depurada y reconocida mejor entre los embates de las aguas del último asolador diluvio, se ofrece como el único sólido baluarte, como el arca santa, en fin, que únicamente sobrenada sin anegarse sobre las aguas desbordadas que se levantan con furor.
Así sucede hoy más que nunca. Santo Tomás, vencido el ataque de la ignorancia pseudoespiritualista, idealista y ecléctica, que le tachó de sensualista en su sistema de conocimiento, y después de presenciar con lástima y compasión cómo estas escuelas, que se juzgaban imperecederas, se suicidaron impotentes, abdicando en una hora de vergonzosa cobardía en el seno del materialismo más sensualista y más grosero, como la evolución más legítima y más consecuente del mundo, se halla hoy enfrente del monismo materialista contemporáneo, al revés de como se hallaba hace poquísimos años enfrente del monismo idealista de los sistemas modernos. Entonces se le acusaba de sensualista, con menosprecio y compasión. Hoy se le acusa, con odio y con saña, de idealista! ¡Lo mismo da! ¡Y todo prueba lo parcial y lo incompleto y lo mudable del error en frente de la unidad íntegra, armónica, serena y completa de la verdad absoluta, que está permanente y fija y radiante como el sol en el centro mismo de las nubes que giran en torno de él haciendo gala y ostentación de la inconsistencia de sus tinieblas!
Porque este es el signo característico distintivo de la doctrina científica de Santo Tomás: la integridad de su unidad, la serenidad de su armonía, la inmortalidad de su realidad, la inalterabilidad de su forma. Parece como el reflejo de la inmutabilidad divina de la esencia del ser alumbrada por la perfección insuperable del celeste conocimiento. El tiempo se desliza y corre veloz a sus pies de bronce enclavados sobre el granito, como las ondas aceleradas de un río huye a precipitarse en el mar. El espacio se muda a su alrededor como una decoración de teatro, sin conmover la mole inmóvil de su masa, que se yergue impasible como el centro fijo de una circunferencia que circula con vertiginosa rapidez. Parece como la personificación escultórica de la verdad entre los simulacros y las sombras aparentes y fugaces de la mentira; y la voz que fluye incesante de sus labios de oro, dominando todos los ruidos de la pasión, del error y de la ignorancia tiene algo de la voz cristalina del manantial que brota inextinguible del seno marmóreo de la roca para apagar la sed de la multitud errante y peregrina de la humanidad, rendida y fatigada de sed, de cansancio y de calor en las interminables y ardientes arenas del desierto.
Por eso no parece que pueda pasar, que deje de alumbrar y de fluir sobre la humanidad, ávida de luz y de saber, de ciencia, de verdad y de vida, ese faro encendido por la providencia misericordiosa de Dios para que los espíritus más altivos, más exigentes, más severos, vean y palpen los senderos eternos de la verdad, los escalones de piedra que ascienden firmes y seguros, de razón en razón, hasta el vestíbulo del templo en que se vela, oculta entre los pliegues del misterio, la Excelsa Divinidad y a los rayos esplendorosos de cuya luz se distinguen ordenadas todas las cosas, como sujetos obedientes a la voz de su Señor, que las esparció por los ámbitos del universo, para reflejar la unidad en la multitud subyugada por los lazos celestes de la armonía. Tal parece la obra científica de Santo Tomás, y no es cosa de detenernos a exponer de nuevo los elogios sublimes que la tributó en este sentido la humanidad en lo que tiene de más grande, de más ilustre y de más culto.

Pero por si alguien se sintiese tentado a dudar si estos elogios, justos y merecidos en su tiempo y aun en épocas posteriores, pero ajenas a los adelantos y conocimientos de hoy, se le pueden seguir tributando, recordaremos solamente el carácter de imperecedero en cuestión que le atribuyen los más sabios contemporáneos en sus múltiples disciplinas. Todavía resuena en la Iglesia la voz augusta del gran Pontífice León XIII enseñándonos que "la doctrina de Santo Tomás es de una tal plenitud que abarca, a semejanza de un mar, toda la sabiduría de la antigüedad. Todo lo que ha sido dicho de verdadero o discutido sabiamente por los filósofos paganos, por los Padres y los Doctores de la Iglesia, por los hombres eminentes que florecieron antes que él, no solamente ha sido conocido a fondo por Santo Tomás, sino que ha sido acrecido, perfeccionado, dispuesto y ordenado por él, con una claridad tan perfecta de lenguaje, con un arte tan consumado en la discusión, con tal profundidad en los términos, que, si bien ha dejado a los que vengan en pos de él la facultad de imitarle, parece que les ha privado de toda posibilidad de sobrepujarlo".
"El vuelo del pensamiento humano --añade en otro lugar el mismo sabio Pontífice-- iba a levantarse tanto sobre las alas de Santo Tomás, que hay que desesperar de verle nunca subir ya más alto."
"A Santo Tomás --acaba de escribir un ilustre discípulo y hermano suyo, que ha consumido su vida en su estudio-- parece que Dios le había preparado todo, disponiéndolo a su alrededor, antes y después, para que su poderoso genio llevase a cabo la síntesis doctrinal definitiva en que vendrán a iluminarse hasta el fin todas las generaciones venideras." Y otro teólogo español, que ha profundizado en su doctrina como muy pocos hasta ahora, ha proclamado muy alto: "La filosofía de Santo Tomás atraviesa las edades con la majestad imponente de una sabiduría venida del cielo, porque ha acertado a imprimir a sus doctrinas un reflejo de la inmutabilidad misma de los pensamientos de Dios. Por lo cual sus enseñanzas no pasan, sino que permanecen siempre nuevas; no son opiniones de un día o teorías que reinan durante un siglo, sino afirmaciones dogmáticas que, cimentadas sobre principios universalísimos y de eterna verdad, sobrepujan en duración al tiempo y constituyen la doctrina de todos los siglos y la única a propósito para triunfar de los errores que van continuamente renaciendo." "El Doctor Angélico --concluye por fin León XIII-- vió las conclusiones filosóficas en las esencias y los principios mismos de las cosas, que son grandemente trascendentales y encierran como en su seno las semillas de casi infinitas verdades, que los maestros posteriores habían de desarrollar a su tiempo y con fruto abundantísimo. Habiendo empleado este medio de filosofar en la refutación de los errores, consiguió deshacer él solo los errores de los tiempos pasados y suministrar armas invencibles para refutar los que perpetuamente surgirían en los siglos venideros."
No es esto, sin duda, limitar el poder de Dios, ni marcar leyes a su generosidad y misericordia, ni negar el carácter progresivo de los descubrimientos de la ciencia y de la razón, es simplemente estudiar la economía de la admirable Providencia Divina y no menoscabar la grandeza y la fecundidad de sus dones.

Por profundas e irresistibles que se presenten y aparezcan las corrientes de la opinión impresionada e impresionable, no varía la naturaleza de las cosas. Podrá, y aun deberá, el político tener en cuenta sus fuerzas para encaminar su dirección; pero el filósofo especulativo, aun apreciándolas y teniéndolas en cuenta para orientar su conducta, no las puede por eso dar importancia científica que no tengan; y, sin negar nosotros la finalidad que rige la divina permisión del mal; sin desconocer la causalidad ocasional del error; sin olvidar el oportet haeresses esse del Apóstol; sin poner en duda la entidad de los razonamientos sutiles, alambicados o deslumbrantes, y a pesar de los grandes males espirituales, materiales y sociales que han acarreado y acarrean los errores científicos, la verdad es que, limitándonos al puro campo de la especulación, al orden meramente lógico y ontológico, la supuesta sabiduría de los sistemas más célebres de la impiedad, enemigos de la perenne filosofía, no nos parecen más que una broma dada al sentido común de la humanidad por unos cuantos maleantes de oficio que se han expedido, en un momento de buen humor, patentes esplendorosas de sabios para embromar a la multitud.
Ya Humboldt, fatigado de lo cansado de la chanza, hubo de llamar al trascendentalismo alemán "el carnaval de la ciencia alemana"; y si eso dijo de los juicios sintéticos de Kant, del subjetivismo de Fichte, de la identidad de Schelling, del werden evolutivo de Hegel, ¡qué no hubiera podido decir del agnosticismo positivista de los monismos contemporáneos, incluso del psiquismo de Haekel, por ejemplo! ¡y todas esas fantasmagorías quiméricas con que insultan al sentido común y al sentido moral de la humanidad de los autores de esos nuevos libros de caballería en que se hace gala de adornar sistemáticamente el absurdo, poniendo siempre la evidencia a sus pies, para erigir en dogma la infabilidad de la razón en su empeño de no dar nunca con la verdad!
El pensador filosófico que oyó con asombro a Descartes negar la inmutabilidad de las esencias metafísicas no puede ya asombrarse, sino reir, al ver negado el principio de causalidad, el principio de contradicción, los axiomas mismos matemáticos, la existencia misma de la razón, el testimonio de los hechos mismos de conciencia, para afirmar, tan gratuita como infaliblemente después, las hipótesis imposibles de una imaginación desenfrenada, incapaz de crear otra cosa que vestigíos que no aciertan a tenerse en pie, más allá de unas cuantas horas, en la mente de su propio autor, como toda esa divertida serie de fantasmas ridículos que constituyen la procesión de los descubrimientos científicos que enriquecen los cristales de la linterna mágica de la Filosofía del Porvenir.
Pase que no niegue nadie la trascendencia científica de estos errores, y, aun por eso, consideramos como un deber de polémica y de apologética su estudio y su cabal conocimiento; pero jamás alabaremos el valor substancial que quiere dárseles, aceptándolos como rumbos definitivos en la marcha progresiva del saber, de la razón y de la ciencia.
Uno de los errores más comunes es confundir lo accidental con lo substancial en las disciplinas humanas, y esto, que puede a veces no pasar de achaque venial en las disciplinas primarias. No hay cosa más común que escuchar el vano deseo de que Dios envíe un genio científico que haga con la filosofía de Kant lo que Santo Tomás hizo con la filosofía de Aristóteles, suponiendo que sólo por ser la filosofía reinante en las escuelas de la Edad Media la utilizó Santo Tomás, como sin duda hubiera hecho con la filosofía kantiana de haber vivido en la Moderna. Olvidan los que esto dicen que Aristóteles, sabio por virtud de una observación infatigable, lógico de una rigidez tan perfecta que descubrió y nos fijó sus leyes naturales, metafísico verdaderamente sin par, moralista ilustrado y político prudentísimo, aparece a los ojos de la humanidad como el genio más poderoso y más vasto, como el más equilibrado y más recto, como el más apto para forjar los caminos reales del saber y los alcázares magníficos de la verdad. Cristianizar a Aristóteles, como hizo Santo Tomás, fue utilizar los eternos fundamentos del conocimiento de la realidad para levantar sobre ellos los templos serenos de la sabiduría. ¿Cómo hubiera sido posible hacer esto mismo con Kant sin aniquilar toda su obra y sepultar bajo sus escombros el nombre y la gloria de Kant?
Se necesita ignorar los más sencillos elementos de filosofía y lo que son y significan estos dos nombres en su historia para dar por sentado como cosa corriente y sin dificultad fundar la ciencia racional y la teología cristiana, lo mismo sobre la lógica y la ontología aristotélicas, que sobre la crítica de la razón pura del sofista de Könisberg.
La filosofía de Aristóteles, con sus errores y todo, es una filosofía inmortal y eterna por su construcción sólida, imperecedera, admirable; la filosofía de Kant es el suicidio total de la razón, de la verdad y de la ciencia. La una fue un soberano don de la Providencia Divina; la otra fue tan sólo una permisión: la permisión del mal de la filosofía moderna, reproducción empeorada de la antigua sofistería.

No negamos nosotros ¡qué hemos de negar! que estas inundaciones periódicas de errores contrapuestos, desenterrados, que son ante la historia de las almas una calamidad y ante la historia de las ciencias una vergüenza, puedan ser causas ocasionales de progresos científicos ante la Historia total de la humanidad (lo que sin duda es la causa de su divina permisión); pero siempre se dió, se da y se dará seguramente el caso, para el concienzudo y estudioso pensador que observe atentamente el resultado de estas conmociones científicas, que cada ataque y cada golpe, por decirlo así, asestado contra la realidad del conocimiento científico de la doctrina tomista sólo ha dado por resultado, hasta ahora, el que se ostente con mayor relieve, a más luz, la plancha blindada que le protege contra los tiros del error. Este, no se puede negar, es un benéfico progreso ocasionado por el mal, que cae dentro de la doctrina tomista sobre su origen primitivo y sus resultados finales.
No es menester aducir ejemplos. Los hay variados: desde la doctrina substancial sobre la santificación de la Virgen hasta la doctrina transcendental de la identidad y distinción de la esencia y de la existencia; desde la tan discutida sobre la gracia eficaz y la premoción física hasta la tan mal interpretada de la participación de la luz increada en el entendimiento agente; desde los análisis psicológicos más acendrados a las teorías estéticas más acabadas. En realidad todo está en él; sólo faltaba estudiarlo, comprenderlo y hacerlo ver, y para esto es conveniente el error, oportet haeresses esse, lo volvemos a repetir. Hasta el modernismo exegético, que parecía tomar rumbos ajenos a la escolástica y hasta distintos de la controversia escrituraria del propio siglo XVI y aun de la escuela de Tubinga, ha repercutido en honra y gloria de Santo Tomás. Sólo con la doctrina filosófica y exegética de Santo Tomás se puede aniquilar el modernismo, forzándole a suicidarse impotente. Como el protestantismo clamaba en pleno siglo décimosexto: "tolle Tomam et disipabo Ecclesiam Dei", así el modernismo, acorralado por la ciencia de Santo Tomás, tiene que humillarse, vencido, ante la férrea mano de la verdad de la doctrina grande, abierta, razonable y lógica de la crítica de la escolástica transcendental del Angel de las Escuelas.
Este espectáculo, que sólo nos permitimos indicar y que tanto se presta a desarrollos y pruebas de lucimiento erudito, pone el sello a esta gran verdad: "Santo Tomás no ha podido pasar; sólo volviendo a él se ciñen los laureles de la victoria en las controversias contemporáneas"
Y permítasenos saludar esta hermosa paz de la polémica reinante. Por una parte la noche no puede ser más obscura; las tinieblas no pueden espesarse más. El ateísmo ha llegado a su colmo, así como la insensatez del ignorante que lo afirma. La sociedad se disuelve, herida en su centro vital y en sus bases fundamentales por el error absoluto. El absurdo es la lógica de la impiedad; y la Nada usurpa el solio del Ser a se. Es verdad; pero por la otra, la filosofía perenne se ostenta lógica, completa y radiante; la teología reverbera íntegra, científica, esplendente; la ciencia ideal de la humanidad se identifica con el ser real en el seno divino del conocimiento. Enfrente de la Suma atea, agnóstica, positivista, anarquista de la impiedad se alza la Suma teista, espiritualista, cristiana del Catolicismo imperante. Ni les falta la ostentación de sus frutos más naturales. La sociología anarquista de la masonería mundial ha proclamado su ideal en Ferrer, deificado por el ateísmo imperante como su programa viviente en el credo de la destrucción social por el crimen contra sí mismo, contra el prójimo y contra Dios. La religión y la Iglesia siguen demostrando la aplicación viva de sus máximas en las Hermanitas de la Caridad, que dan sus vidas en los hospitales por los asesinos, que las pagan la sublime y heroica asistencia de sus propios hijos arrancándolas la vida en los deshonrosos martirios de la violencia brutal, secuestrándolas en las casas de prostitución y en la profanación, bestial y satánica a la vez, de sus cadáveres desenterrados. Verdaderamente, si los árboles han de conocerse por sus frutos, no se pueden evidencias mejor las consecuencias prácticas de ambas doctrinas. La Religión hace de los hombres ángeles. La impiedad hace, más aún que bestias a manera de hienas, demonios capaces de horrorizar al mismo Satanás en persona. El arcángel del mal, en los abismos de su profunda caída, ha conservado algo de angélico que le preserva de las inmundas perversidades del Maestro de la Escuela Moderna.

En esta síntesis antitética de las tinieblas y de la luz, del bien y el mal, del error y de la verdad, de la deformidad y de la belleza; en una palabra, de la Nada y del Ser, recibe la doctrina y figura de Santo Tomás de Aquino en pleno ser toda la luz que ilumina toda la opulenta integridad de su organismo científico, desarrollado al calor de la llama de su inteligencia angelical, y es gozo supremo y soberano, por el que nunca podrmos rendir satisfactorias gracias a Dios, el que inunda las almas y los corazones cristianos, llamados por la voz generosa de Dios al espectáculo inenarrable de la una, íntegra, armónica y esplendente visión de la verdad evidente, lógica, dogmática, metafísica, artística y social, científicamente organizada, que despliega ante nuestros ojos arrobados la evolución serena y progresiva de sus soluciones satisfactorias.
Ante esta vista sí que se comprende bien lo que tiene de transcendentalmente definitivo la obra de Santo Tomás; entonces se ve bien lo que fue el sabio por antonomasia de la humanidad y lo que significa su depuración, su perfección y su desarrollo. Entonces sí que se aprecia todo el valor de los tesoros de la tradición, acarreados, cribados y fundidos en el crisol de la inteligencia y de la razón lógicamente dirigidas; entonces sí que brilla esplendorosa la luz divina del Verbo iluminador de la inteligencia de todo hombre que viene a este mundo; entonces sí que se mide todo el poder intuitivo del genio, toda la labor de la erudición, toda la colosal potencia del estudio, toda la transcendencia de la misión providencia, toda la economía del Cristianismo en la Cristiandad y en la Historia, toda la pujanza del grito de admiración y de amor de los Papas y los Concilios, de las Universidades y de las Ordenes, de los Sabios y de los Santos, de los Reyes y de los Pueblos ante la aparición del astro que se llamó El Sol de la Iglesia en los horizontes de la ciencia de la humanidad; y entonces sí que se comprenden en toda su transcendencia científica las hermosas palabras poéticas del gran orador de Nuestra Señora, exclamando en honor de Santo Tomás: "Príncipe, monje, discípulo, Santo Tomás podía subir al trono de la ciencia divina; subió, en efecto, y desde hace seis siglos que está sentado en él, la Providencia no le ha enviado sucesor ni rival. Ha quedado príncipe como había nacido, solitario como se había hecho, y sólo la cualidad de discípulo ha desaparecido en él, porque se ha convertido en el Maestro de todos."
Sí; si la ciencia es el conocimiento de la realidad; si la realidad y la inteligencia que la conoce se identifican por alta y soberana manera en el verbo mismo de Dios: si la luz intelectual es un reflejo de la luz divina del Verbo; si al esplendor clarísimo de esta luz se verifica el prodigio del conocimiento, los genios creados por Dios en servicio de la humanidad son los Maestros de la Ciencia; y si la historia de la Ciencia nos señala como Maestro Providencial al Filósofo por antonomasia en el mundo, que desentrañó como nadie la realidad y fijó definitivamente las leyes del conocimiento; el Sabio que sobre los eternos fundamentos de estas imperecederas disciplinas colocó la antorcha refulgente de la revelación y derramó la luz de la razón divina y humana, sabia y armónicamente combinadas, sobre todo el orden de la creación y sobre la misma naturaleza increada, ostentando a los esplendores clarísimos de esta luz la unidad íntegra, armónica y radiante del ser en todas sus varias manifestaciones, sin que los siglos, en su rápido desfilar por delante de este augusto monumento, hayan podido añadir ni mutilar nada lógico ni ontológico en él, nada demostrado ni revelado en el orden metafísico de sus enseñanzas, claro está que el poder creador del Altísimo no sufre límite a su poder; pero claro está también que su fuerza no crea nada por demás, y las necesidades científicas del presente y las que se auguran en el porvenir están muy lejos de agotar los rayos de vivísima luz que esplende el foco inextinguible de una doctrina vasta y profunda como los abismos del mar, elevada como las alturas del cielo, que se asienta firme sobre los inmutables cimientos de la tierra y que pone en manos del hombre el espejo clarísimo del conocimiento ideal, en que se retrata con todos sus primores la realidad a la luz celeste de la inteligencia.

Con razón y por algo la Cristiandad ha hecho suyas aquellas palabras de Santiago de Viterbo: "Creo firmemente que nuestro Salvador ha enviado a los fieles, para ilustrarlos y para iluminar a la Iglesia universal, primero, a San Pablo; después, a San Agustín, y por último, a Santo Tomás de Aquino; después del cual no creo que aparezca otro doctor semejante hasta el fin de los siglos."
Y si esto se pudo decir respecto a las más altas enseñanzas de la fe, repujadas por las demostraciones de la razón, cuando se abarca todo el orden intelectual filosófico, ha parecido poco las iluminaciones intuitivas de la inteligencia de las substancias separadas que constituyen el proceso de las visiones angélicas para ensalzar el entendimiento de Santo Tomás, y la humanidad, asombrada ante aquellas epifanías refulgentes de la verdad, brillando luminosas entre las espesas sombras de la noche de la ignorancia como entre las sagradas penumbras del tabernáculo en que se adora el Misterio, ha podido exclamar, con el genio cristiano de Pereire, estas formidables palabras, con que ponemos término a estos apuntes: "Si el Verbo encarnado es el esplendor del Padre, me atrevo a decir que el gran Santo Tomás es el esplendor del Verbo encarnado."
Con lo que dicho se está que no hay ocaso posible para este sol, que sólo puede ponerse en el horizonte de las inteligencias sumidas en las voluntarias tinieblas del error con que los hervores del corazón suelen empañar las serenidades del alma.


Alejandro PIDAL y MON.

domingo, 14 de marzo de 2010

Un ejemplo de humildad

"Estuvo también [Santo Tomás de Aquino] en el Capítulo general de Bolonia (1267), asistiendo a la traslación del cuerpo de Santo Domingo a la capilla en la que desde entonces reposa. Fue entonces, probablemente, cuando dio un memorable ejemplo de humildad. Tenía costumbre de pasear solo por el claustro del convento, absorto en profundas meditaciones. Un religioso de otro convento, que no le conocía personalmente, tuvo necesidad de salir a la ciudad para arreglar ciertos asuntos. Según las Constituciones, debía hacerlo acompañado de otro religioso señalado por el Prior. Este le concedió el permiso, diciéndole que saliese acompañado del primer religioso que encontrase por el claustro. Apenas salido de la celda prioral, topó con el fraile deambulante y le dijo: Hermano, el padre Prior ha dicho que vengáis conmigo. Inclinó la cabeza y le siguió. Pero aquel religioso tenía prisa e iba por las calles a pasos acelerados. Tomás, grueso y corpulento, no le podía seguir, y era objeto de sus frecuentes reconvenciones, que el Santo soportaba en silencio y humildemente. Hasta que llegaron a pasar junto a algunas personas que le conocían personalmente, las cuales, sospechando lo ocurrido, dijeron al azaroso fraile que su compañero era nada menos que el Maestro fray Tomás de Aquino. Entonces él se excusó como pudo, lamentando su equivocación, mientras que aquellas personas mostraban su admiración por tan hermoso ejemplo de humildad. Tomás se contentó con decir: En la obediencia está la perfección de la vida religiosa."

Santiago Ramírez en Síntesis biográfica de Santo Tomás, ("Introducción general" a la Suma Teológica)

jueves, 11 de marzo de 2010

Pange, Lingua: la naturaleza ritual de la poesía - Antonio López Eire

El día de la Traslación de Santo Tomás de Aquino, 28 de enero de 2008, pronunció el profesor Antonio López Eire (R.I.P.), catedrático de Filología Griega, una magnífica conferencia en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, titulada Pange Lingua: la naturaleza ritual de la poesía, demostrando en ella su profunda admiración por el Doctor Angélico como modelo y maestro para todos los universitarios, además de destacar también en ella sus grandísimas dotes para la poesía. Junto al resumen, que pueden leer pinchando en el título de la conferencia destacado en azul, existe también este fragmento en video, que constituye un documento de gran valor, como recuerdo de este gran profesor y como valiosa lección sobre Santo Tomás.


martes, 9 de marzo de 2010

Carta de José Miguel Gambra


José Miguel Gambra , profesor de Lógica y autor de obras únicas y de primer nivel dentro de la tradición tomista, como La analogía en general. Síntesis tomista de Santiago Ramírez, da unas breves pero precisas notas sobre lo que constituye el núcleo de la doctrina política tradicional en una reciente carta, tras su nombramiento como Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista. Esta doctrina política, inspirada por los fundamentos inmutables del Derecho natural y el Derecho divino no es una reconstrucción teórica e ideológica, sino que en un sentido realista, acorde a la doctrina tomista, se encuentra encarnada en una tradición concreta en nuestra nación española. Esta tradición concreta, que se remonta al III Concilio toledano, es la que representa actualmente la verdadera dinastía legítima, que lo es por legitimidad de origen y de ejercicio, como bien supieron distinguir los teólogos de la Escuela de Salamanca a partir de Francisco de Vitoria. De origen, por pertenecer hereditariamente a esa familia, que entre el conjunto de familias que forman la comunidad política, según la sociabilidad natural en la que ésta se funda, fue elegida para ejercer el oficio de su gobierno, pues igual que el cuerpo debe estar gobernado por el alma, el cuerpo social debe tener un principio rector que lo dirija hacia el bien común; y como dice Santo Tomás, ese ejercicio del gobierno es mejor que lo realice uno sólo antes que muchos, y a esto se llama monarquía. De ejercicio, porque el rey no es un rey absoluto que gobierne para su propio bien o según su voluntad arbitraria, sino que le corresponde la función de garantizar el bien común temporal, que en última instancia debe dirigirse hacia el bien común sobrenatural que es Dios; es por esto que dice Lope de Vega, que "todo lo que manda el Rey que va contra lo que Dios manda, ni tiene rango de ley, ni es Rey quien así desmanda".

La carta de José Miguel Gambra, tal como la transcribe la Agencia Faro, es la siguiente:

Recientemente he sido nombrado Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista. Desearía, en semejante tesitura, ponerme a tu disposición para cuanto redunde en beneficio de nuestra causa que, como sabrás, se resume en el lema Dios, Patria, Fueros y Rey. Como esa causa resulta, para muchos, desconocida y, cuando se conoce, es frecuente tener de ella una visión distorsionada, quisiera aprovechar esta ocasión para hacerte unas breves consideraciones.

Pocas doctrinas políticas habrán sido tan denostadas como el carlismo, en los tiempos que corren. Muchos no ven en él más que una supervivencia atávica de recuerdos obsoletos, cuando no lo identifican con meras cuestiones de preferencias dinásticas; otros, fieles a los manuales de la historia oficial, lo confunden con una caricatura del absolutismo derrocado por el liberalismo y la democracia. No faltan los que mezclan el carlismo con los orígenes del separatismo, ni quienes lo asimilan a doctrinas fascistas, más o menos pasadas por agua; y los hay --o ha habido-- que se dicen carlistas por socialistas autogestionarios o porque confunden el carlismo con cierto clericalismo, de larvadas inclinaciones demócrata-cristianas.

Denostado por tantos y de manera tan contradictoria, ¿no se te ha ocurrido pensar que, precisamente por ello, el carlismo tiene virtudes insoportables para nuestra decadente sociedad? Amañado por tantos otros, y en direcciones tan dispares ¿no te sugiere eso que la doctrina carlista oculta tesoros de sabiduría, de prestigio y arraigo social que merecen ser instrumentalizadas? Y es que el pensamiento carlista no coincide con ninguna de esas doctrinas que vulgarmente se le achacan, aunque de todas tenga un poco.

El carlismo no es fruto de una invención transeúnte de una escuela filosófica, que la haya elaborado para resolver los problemas sociales o políticos de un momento dado. Al contrario, es el resultado de toda la sabiduría política, recogida y depurada por el cristianismo a lo largo de muchos siglos. Sabiduría ya presente en filósofos paganos, como Aristóteles, decantada y perfeccionada por los padres de la Iglesia, como San Agustín, por filósofos, como Santo Tomás y los grandes pensadores de la escolástica española. Decaída y medio olvidada, tras las necedades prerrevolucionarias del s. XVIII y las subsiguientes perversidades revolucionarias, fue lentamente reconstruida y acomodada a las nuevas circunstancias por los pensadores tradicionalistas españoles, en perfecta consonancia con las encíclicas pontificias del s. XIX y principios del s. XX. En otras palabras, el pensamiento carlista no es sino la que se llamaba "doctrina social de la Iglesia", hasta los tiempos en que casi ha logrado destruirla el modernismo eclesiástico. Doctrina social universal e imperecedera, de la que el carlismo constituye su aplicación a las costumbres y tradiciones de nuestra patria, y que sólo la dinastía carlista ha mantenido incólume hasta hoy, sin tolerar en sus miembros que la legitimidad de origen prevalezca sobre la de ejercicio.

Esta egregia doctrina --dije antes-- algo tiene de cuanto le achacan. ¿Absolutista? Algo, pero bien escaso, porque no admite ni la intromisión del poder real en las prerrogativas eclesiásticas, ni forma alguna de despotismo; pero sí reconoce al REY un ámbito de poder exclusivo, limitado, sin embargo, por el poder de las sociedades inferiores y sometido a los dictados de la ley natural y de la Iglesia. ¿Separatista? No en cuanto proponga secesión alguna, pero sí en cuanto reconoce, frente al uniformismo racionalista, las peculiaridades de los reinos, regiones y municipios, cuyos FUEROS debe jurar el rey legítimo. ¿Socialista? No, desde luego porque defienda forma alguna de totalitarismo, pero sí es lo que Mella llamaba "sociedalista": más sociedad y menos estado. ¿Fascista? Misma respuesta en lo que al estatismo se refiere, pero además coincide con él en su declarado amor a nuestra PATRIA, sin necesidad de divinizarla o hipostatizarla, como hace algún falangismo. Más aún, el carlismo comulga con los anteriores en el odio al capitalismo, nacido de la destrucción de los estamentos del antiguo régimen y fuente de innumerables males e injusticias, contra el cual propone no una revolución, sino una restauración ¿Demócrata cristiano? Católico, sin duda; demócrata también, pero no a la manera en que estamos acostumbrados, con elecciones de partidos obsequiosos en los programas y tiránicos en el poder, sino a la manera de las cortes, cuyos miembros son elegidos por estamentos, entre personas conocidas que, a modo de compromisarios, defienden los intereses de municipios, gremios, regiones y reinos, y no los del partido.

Algo de cada cosa tiene, pero no es un amasijo ecléctico de todo ello. Al contrario, son esas doctrinas, erradas por parciales y desmesuradas, las que, desgajadas del tronco lleno de savia y vitalidad del pensamiento social clásico, se han convertido en nocivas ramas muertas, sólo de lejos parecidas a las del árbol. El todo de esta doctrina es infinitamente superior a la suma de sus partes, pues cada pieza se unifica con las otras y se vivifica porque todas han de tender al bien común de la sociedad y, en última instancia, al bien común del hombre que sólo en DIOS reside.

De suyo esta doctrina es imperecedera, porque hunde sus raíces en la naturaleza social del hombre y ha sido refrendada por el magisterio eclesiástico, que no puede cambiar ni corromperse. Pero sí puede desdibujarse en la conciencia humana y desaparecer por completo en una sociedad. El carlismo, derrotado en tres guerras mantuvo, sin embargo, una admirable vitalidad. Paradójicamente, tras su victoria en la Cruzada del 36, su situación ha terminado por serle mucho más desfavorable, en parte por el maltrato que sufrió durante el régimen franquista, pero, sobre todo, por la defección de los eclesiásticos progresistas que, desde la década de los sesenta, han desautorizado sistemáticamente la concepción del estado confesional, han propugnado la libertad de cultos y han tergiversado la doctrina de la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo. Ante este desconcertante hecho, que atenta contra el principio fundamental en que confluye todo el pensamiento social de la Iglesia y del tradicionalismo, cada carlista tiró hacia donde se le ocurrió y surgieron así esos absurdos "carlismos" socialistas, separatistas o demócrata-cristianos de que antes hablé.

Hoy, sólo la Comunión Tradicionalista, con su Abanderado, Don Sixto Enrique de Borbón, al frente, mantiene en su integridad la doctrina carlista; sólo desde sus filas se estudia y se propaga, sin rehuir la acción política. De unos años a esta parte, su reduplicada actividad se ha plasmado en innumerables actuaciones de las que hallarás un elenco en la hoja adjunta. También podrás informarte de nuestras próximas convocatorias, empezando por la Misa que se celebrará el próximo 10 de marzo, en la festividad de los Mártires de la Tradición.

Te ofrezco estas simples consideraciones para invitarte a que te unas a nosotros. La Comunión Tradicionalista necesita apoyo, trabajo y todo tipo de ayudas. Y la necesita tanto como a ella la necesitas tú, católico que asqueado tiras al suelo el periódico y estragado apagas el televisor cuando dan las noticias. Porque somos naturalmente sociables y no podemos mantenernos en la verdadera doctrina ni a solas, ni con el solo apoyo del entorno familiar.

Atentamente:


José Miguel Gambra

lunes, 8 de marzo de 2010

Sobre la Fiesta de Santo Tomás de Aquino


Ayer inaugurábamos este blog a la vez que celebrábamos la Fiesta de Santo Tomás de Aquino, cuya significación es muy especial para los universitarios. El origen de esta celebración en el ámbito universitario es casi tan antiguo como la misma canonización del Aquinate. Me referiré particularmente a España, aunque por todas las universidades de la Cristiandad se extendió de manera especial la fiesta y la devoción de este santo.

Cuando una "Real orden" de Alfonso (el mal llamado Alfonso XIII, rey no legítimo) de febrero de 1922 fijó oficialmente para España el día 7 de marzo, Fiesta de Santo Tomás, como "Fiesta del estudiante" para todas las universidades, muchos sectores progresistas y anticristianos se quejaron por el cariz religioso de una fiesta que consideraban que debía ser "laica". Sin embargo, esta medida se debió a la petición de numerosos académicos y colectivos universitarios, y estaba basada en una larga tradición que pertenecía a la pura esencia de la Universidad.


En el s. XV empieza a formarse el caldo de cultivo del tomismo en las universidades españolas, puesto que la devoción por Santo Tomás no fue especialmente popular entre la gente común, pero sí rápidamente entre los académicos, y como es natural, más aún entre sus hermanos de hábito, los dominicos. Entre el s. XIV y XV ya encontramos muestras de gran estimación hacia él, así como de la importancia de su fiesta, tal como leemos en los versos del poeta Alfonso Álvarez de Villasandino:


Omne que presente estás,
el compás
de esta vida adversaria
mira bien e tú verás
que el doctor Santo Tomás
non de cras,
mas adelante, ordenaria
es su fiesta necesaria
con que marzo gozarás


La importancia de la doctrina tomista en las universidades españolas se hizo sentir muy pronto, con grandes representantes como Diego de Deza, que fue uno de los más grandes promotores de la doctrina de Santo Tomás entre el s. XV y XVI, como atestigua el magnífico cuadro de Zurbarán, "Apoteósis de Tomás de Aquino". En él aparece de manera destacada Diego de Deza al lado del emperador Carlos V, venerando al Doctor Angélico . Deza llegó a ser arzobispo de Sevilla y allí fundó el colegio de Santo Tomás, en el que prohibió la enseñanza del nominalismo e introdujo la Summa como texto de exposición, lo que iba a extenderse por otros muchos sitios, particularmente a Salamanca. Mucho podríamos decir de la encarnizada lucha de los dominicos salmantinos por mantener el tomismo puro en la Universidad, frente a los planes del Cardenal Cisneros de introducir el nominalismo, pero nos desviaría demasiado del tema concreto. Baste decir, que aún siendo las Sentencias de Pedro Lombardo el texto oficial en los estudios de teología, tal como establecía el Papa Martín V, Francisco de Vitoria introdujo también la Summa, como había visto en Saint Jacques de Paris, donde tuvo de maestro a Pedro Crockaert. Y los dominicos de la Escuela de Salamanca hicieron todo lo posible para introducir a Santo Tomás en todas las catedras, incluso creando una de Santo Tomás propiamente, hasta finalmente conseguir que se cambiara oficialmente el texto de Lombardo por la Summa, con la reforma de Diego de Covarrubias de 1561.

Como vemos, rapidamente las recientes cátedras de teología se vieron impregnadas por el tomismo, y en cuanto a la fiesta de Santo Tomás, la primera que la establece oficialmente es la Universidad de Singüenza, tal como ordena su fundador Juan López de Medina en su Constitución de 1485-1488. A ésta le sigue Sevilla, gracias al propio Diego de Deza (1508), Toledo (1529), Valladolid (1545). En ese día se suspendían las clases y se asistía a Vísperas y a Misa, generalmente en los conventos dominicos, a donde se trasladaba el Claustro y algunos alumnos. Se leía además un panegírico de Santo Tomás.

Pero más allá de esa oficialización en las constituciones de las universidades, como decíamos al principio, y es el caso de Salamanca, la celebración es casi tan antigua como la canonización del Aquinate. En Salamanca, el rey Juan II autoriza en 1413 un hospital de Estudio con el nombre de hospital de Santo Tomás de Aquino, y en otra cédula de 1417 manda guardar la fiesta en todo el reino. Este rey tuvo una especial devoción a Santo Tomás y según las crónicas, él mismo nació el día 6 o 7 de marzo en un monasterio dominico de Toro.

El caso de Salamanca es como decimos, bastante antiguo, y la celebración se remonta en la ciudad hasta 1481, cuando gracias a un acuerdo, el Claustro y los estudiantes asistían al convento de San Esteban a los oficios ese día para honrar al santo de la Orden de Predicadores. La devoción y el cuidado por esta celebración se hace aún mayor en toda la Cristiandad, cuando Santo Tomás es nombrado Doctor de la Iglesia por San Pío V, y en su bula Mirabilis Deus, de 1567 establece además el día de Santo Tomás como precepto en todo Napolés, y recomienda la celebración en todas partes, concediendo además especiales indulgencias. En Madrid asiste a las celebraciones solemnes la Familia Real.

Por desgracia, la costumbre de esta celebración pierde algo de fuerza durante el s. XVIII, y en Salamanca esto se va a notar también con el enfrentamiento y las disputas entre el Prior de los dominicos y el Rector de la Universidad, por cuestiones de poca importancia, pero que llevan a que los universitarios no asistan a los oficios como era habitual en San Esteban. Se sigue celebrando, sin embargo, la fiesta de la Traslación de Santo Tomás en la capilla de la Universidad, el día 28 de enero, lo que era tradicional también, aunque sin olvidar la verdadera fecha del santo en el 7 de marzo. Tras la encíclica Aeterni Patris, el padre Vilanova estableció la Academia de Santo Tomás en San Esteban, dando también una especial importancia a esa celebración tradicional de la Fiesta del Doctor Angélico, a la cual seguían, como de costumbre, asistiendo muchos profesores y estudiantes
.

Así llegamos a los años veinte, cuando se consolida la fiesta en todas las universidades españolas y es celebrada de forma solemne, siendo declarado ese día como no lectivo y como una fiesta universitaria fundamental. Sin embargo, tras el Concilio Vaticano II, con el nuevo santoral, se suprime la fecha original de la Fiesta de Santo Tomás y se establece el día 28 de enero como la fiesta oficial del santo Doctor, aunque las comunidades dominicas hacen marginalmente algunas conmemoraciones el 7 de marzo. Pero nosotros no podemos dejar de recordar este día, puesto que tradicionalmente ha sido esta fecha, en la cual murió el Doctor Angélico, la que ha celebrado la Iglesia, y como hemos visto en el caso de España, con gran devoción y fervor, por lo que no vemos la razón por la cual ha de cambiarse. Así pues, deseamos que el 7 de marzo sea y siga siedo siempre un día de verdadera celebración de este gran santo y doctor de la Iglesia Católica, patrón de todos los estudiantes y modelo excelente para todos los hombres dedicados al saber científico de cualquier tipo. Esperamos que se recupere en todo su esplendor y que con ello recupere la Universidad su auténtica esencia y dignidad.


domingo, 7 de marzo de 2010

Non nisi te, Domine

Empiezo hoy este blog en la Fiesta de Santo Tomás de Aquino (7 de marzo), encomendándome a él y pidiendo que nos ilumine siempre con su elevadísima ciencia. Las palabras "non nisi te, Domine", hacen referencia a esa escena milagrosa que representa Berruguete en este cuadro, cuando Santo Tomás de Aquino rezaba ante el crucifijo en la capilla de San Nicolás de Nápoles, y el sacristán, fray Domingo de Caserta escuchó que Cristo le habló al Doctor Angélico, diciendo: "Tomás, está muy bien lo que has escrito de mí; ¿qué galardón quieres por tu trabajo?". A lo que Santo Tomás respondió: "Señor, no quiero más que a ti solo" ("Non nisi te, Domine").

Este milagro nos enseña varias cosas, entre ellas, que el mismo Cristo aprobó la doctrina del Ángel de las Escuelas, tal como harán después unánimemente numerosos pontífices de la Iglesia, en mayor o menor medida, siendo un hito importante en la época moderna la encíclica Aeterni Patris, de León XIII. Y por otra parte, nos enseña de manera magistral cómo debe ser nuestra relación con Dios; Santo Tomás, que intelectualmente voló más alto que ninguna otra criatura para acercarse a Dios, en ese año de 1273 (un año antes de su muerte), decidió callar finalmente,; dejó de escribir e incluso afirmó que toda su obra era simple paja frente a las visiones que tuvo en sus éxtasis místicos mientras celebraba el Santo Sacrificio de la Misa. En un estado que anticipaba su inmediata visión beatífica tras la muerte, Santo Tomás voló aún más alto inflamado por la caridad, y tuvo que callar
. A la vida intensa de estudio, el Aquinate unió siempre la intensa oración, ya que nuestro conocimiento de Dios es siempre un empequeñecimiento del Ser supremo, mientras que nuestro amor a Dios es un engrandecimiento y elevación de nosotros mismos como criaturas, separados de Él por un abismo ontológico. Además, Santo Tomás nos enseña aquí también, que la más alta oración que se puede ofrecer a Dios, la ofrenda más grande que se le puede hacer es la Santa Misa, la cual celebraba entonces con continuas y abundantes lágrimas en los ojos. Santo Tomás de Aquino nos enseña a amar a Dios especialmente en el Santísimo Sacramento, y lo hace como nadie con sus excelsos himnos eucarísticos, Tantum ergo y Pange Lingua.

Este blog no trata de ser un estudio del pensamiento de Santo Tomás, lo que supone una labor tan inmensa que escapa completamente a nuestras posibilidades, pero sí pretende nutrirse de la sabiduría de su Filosofía perenne, siempre vigente y fecunda en todo tiempo y lugar. Con Santo Tomás, Doctor común, queremos ser guiados en la recta ratio y la recta fides, y afirmar con él que no queremos nada que nos aleje de Dios. No queremos nada sino a tí, Señor.


Sancte Thomae Aquinatis, ora pro nobis.