¿Quién no se asombra al oír a Dios nacido? Oyes al que nace, pero ve en su mismo nacimiento los milagros que hace. El vientre de la Virgen es fecundado y el claustro del pudor es preservado. Llénanse las entrañas de la Madre sin concurso alguno del padre y siente la prole la que ignoraba al consorte. El ángel habla a la Virgen, la Virgen prepara el corazón y Cristo es concebido por la fe. ¿Admiras estas cosas? Pues admira más. La madre y virgen pare, fecunda e intacta; sin hombre padre nace el hijo que hizo a la misma madre. El Hacedor de todas las cosas es hecho entre ellas; el director de todo el orbe es llevado en manos de la madre; lame los pechos el regente de los astros; calla, y es la Palabra. Por la lengua no manifestaba todavía quién era y ya toda criatura indicaba a su Criador nacido. Los ángeles anuncian a los pastores y la estrella convida a los Magos: la rusticidad de los pastores exige la admiración de los ángeles y la curiosidad de los Magos es instruida por la lengua de los cielos. Los Magos predican al rey de los judíos, y los judíos le niegan; aquéllos le buscan para adorarle, y éstos le buscan para matarle. Los Magos dicen al rey Herodes el Rey que buscan nacido, y los judíos le dicen la ciudad donde nacería para reinar. Unos y otros le predican, y unos y otros le confiesan; pero los Magos de un modo y los judíos de otro; aquéllos para adorarle encontrado y éstos para matarle agarrado.
¡Oh judíos que lleváis en las manos la lucerna de la ley para demostrar a los demás el camino y quedaros vosotros en tinieblas! Ved ahí que los Magos, primicias de los gentiles, ofrecen a Cristo sus dones, y no sólo el oro, el incienso y la mirra, sino también sus almas, y a vosotros repudia la iniquidad propia hasta el punto de haceros dementes para buscar con el fin de quitar la vida al que viene a libraros de las cadenas. ¿Qué os aprovechó el descubrir a Herodes el lugar de donde nacería Cristo? ¿Acaso no os perjudicasteis a vosotros mismos sin causar daño alguno a Cristo? Porque oyéndoos aquél decir dónde podía ser hallado Cristo nacido, mandó luego quitar la vida a los niños de vuestra gente. Herodes se ensaña para perder a uno entre muchos y degollando a muchos se hizo reo, sin alcanzar al hombre Dios a quien busca.
Grande es, oh Herodes, tu iniquidad; matas a los infantes y acumulas los testigos de tu maldad, y no encuentras a Cristo, porque todavía no ha llegado su hora de padecer. Ciertamente, sin hacer daño alguno a Cristo, eres su perseguidor convicto y reo de su muerte; pero haciendo muchos contra él, te perdiste a ti mismo. ¿Por qué temes a tal Rey, siendo así que viene a reinar de modo que no quiere excluirte? El que buscas es Rey de los reyes; si quisieras obtener seguro tu reino, le suplicarías que él mismo te diese el eterno. Reine Cristo del modo que vino a reinar; reciba a los que le creen, búrlese de los que le persiguen, haga a los que peleen, ayude a los que trabajan y corone a los que vencen.
¡Oh judíos que lleváis en las manos la lucerna de la ley para demostrar a los demás el camino y quedaros vosotros en tinieblas! Ved ahí que los Magos, primicias de los gentiles, ofrecen a Cristo sus dones, y no sólo el oro, el incienso y la mirra, sino también sus almas, y a vosotros repudia la iniquidad propia hasta el punto de haceros dementes para buscar con el fin de quitar la vida al que viene a libraros de las cadenas. ¿Qué os aprovechó el descubrir a Herodes el lugar de donde nacería Cristo? ¿Acaso no os perjudicasteis a vosotros mismos sin causar daño alguno a Cristo? Porque oyéndoos aquél decir dónde podía ser hallado Cristo nacido, mandó luego quitar la vida a los niños de vuestra gente. Herodes se ensaña para perder a uno entre muchos y degollando a muchos se hizo reo, sin alcanzar al hombre Dios a quien busca.
Grande es, oh Herodes, tu iniquidad; matas a los infantes y acumulas los testigos de tu maldad, y no encuentras a Cristo, porque todavía no ha llegado su hora de padecer. Ciertamente, sin hacer daño alguno a Cristo, eres su perseguidor convicto y reo de su muerte; pero haciendo muchos contra él, te perdiste a ti mismo. ¿Por qué temes a tal Rey, siendo así que viene a reinar de modo que no quiere excluirte? El que buscas es Rey de los reyes; si quisieras obtener seguro tu reino, le suplicarías que él mismo te diese el eterno. Reine Cristo del modo que vino a reinar; reciba a los que le creen, búrlese de los que le persiguen, haga a los que peleen, ayude a los que trabajan y corone a los que vencen.
(Lib. 4, de Symb. Ad Catech., c. 4)
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