domingo, 30 de mayo de 2010

Credo atanasiano


Todo el que desee salvarse debe, ante todo, guardar la fe católica; pues, a menos que una persona guarde esta fe entera e inviolada, sin duda alguna se perderá para siempre.

Esto es lo que la fe católica enseña: adoramos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad; distinguimos entre las personas, mas no dividimos la sustancia. Porque el Padre es una persona definida, el Hijo otra y el Espíritu Santo también otra. Con todo, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una misma divinidad, igual gloria y coeterna majestad. Lo que el Padre es, el Hijo lo es y el Espíritu Santo también lo es. El Padre no fue creado, el Hijo no fue creado y el Espíritu Santo no fue creado. El Padre es incomprehensible, el Hijo es incomprehensible y el Espíritu Santo es incomprehensible. El Padre es eterno, el Hijo es eterno y el Espíritu Santo es eterno. No obstante, no hay tres seres eternos, sino un solo ser eterno. Así, no hay tres seres increados, ni tres seres incomprehensibles, sino un solo ser increado y un solo incomprehensible.

De igual manera, el Padre es omnipotente, el Hijo es omnipotente y el Espíritu Santo también es omnipotente. Sin embargo, no hay tres seres omnipotentes, sino un solo ser omnipotente. Así, el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios. Mas no hay tres dioses, sino un solo Dios. El Padre es Señor, el Hijo es Señor y el Espíritu Santo es Señor, y no hay tres señores, sino un solo Señor. Y así la verdad cristiana nos obliga a confesar que cada una de las personas individualmente es Dios y Señor; y la religión católica nos prohíbe decir que hay tres dioses o tres señores. El Padre no fue por nadie hecho, ni creado ni generado. El Hijo no fue hecho ni creado, pero fue engendrado por el Padre solo. El Espíritu Santo no fue hecho ni creado, pero procede del Padre y del Hijo.

Entonces, hay un solo Padre, no tres padres; un solo Hijo, no tres hijos; un solo Espíritu Santo, no tres espíritus santos. En esta Trinidad, nada precede, nada viene después; nada es mayor o menor, sino que las tres personas son coeternas y coiguales la una con la otra, de manera que, como hemos dicho, adoramos la completa unidad en la Trinidad y la Trinidad en la unidad. Esto, pues, es lo que debe creer acerca de la Trinidad quien desee salvarse.

También es necesario para la salvación eterna creer fielmente en la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo. La verdadera fe es esta: creemos y profesamos que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, es Dios y hombre. Como Dios, nació de la sustancia del Padre antes del tiempo; como hombre, nació en el tiempo de la sustancia de su madre. Es Dios perfecto y hombre perfecto, con alma racional y carne humana; igual al Padre en su divinidad, pero inferior al Padre en su humanidad. Aunque es Dios y hombre, no son dos, sino un solo Cristo; y es uno, no porque su divinidad se convirtió en carne, sino porque la divinidad asumió sobre sí la carne. Es uno, no por causa de una mezcla de sustancias, sino por la unidad de la persona. Así como el alma racional y la carne son un solo hombre, así Dios y el hombre son un solo Cristo. Murió para salvación nuestra, descendió a los infiernos, resucitó de entre los muertos el tercer día, subió al cielo, se sienta a la diestra de Dios el Padre Todopoderoso, y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y muertos. A su advenimiento, todos los hombres han de resucitar con sus cuerpos; y han de rendir cuentas de sus vidas. Los que hubieren obrado bien, irán a la vida eterna; los que no, al fuego eterno.

Esta es la fe católica. El que no la crea verdadera y firmemente, no puede salvarse.

sábado, 29 de mayo de 2010

El Misterio de la Santísima Trinidad, por Leonardo Castellani


Homilía en la Solemnidad de la Santísima Trinidad
5 de Junio de 1966
R. P. Dr. Leonardo Castellani, SJ
(Audio - 17' 50")
Extraído de Página Católica


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jueves, 27 de mayo de 2010

El liberalismo, enemigo de la Verdad


Por su formación y su ambiente intelectual, Juan Donoso Cortés ignoró el gran renacimiento tomista de su tiempo, y como dice Menéndez Pelayo, "no duda en sacrificar lo exacto y preciso a lo brillante", pero sin duda fue un polemista genial. Su análisis del liberalismo, con un estilo de inspiración francesa, muy dado a las metáforas y ejemplos históricos, no puede llamarse de otra forma sino precisamente brillante. En una de sus muchas frases aforísticas de gran plasticidad, afirma de forma certera: "Esta escuela no domina sino cuando la sociedad desfallece; el período de su dominación es aquel transitorio y fugitivo en que el mundo no sabe si irse con Barrabás o con Jesús, y está suspenso entre una afirmación dogmática y una negación suprema" (Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo).

Efectivamente, esta doctrina sólo ha podido aparecer en el campo estéril de la filosofía moderna, que pretende evadirse de toda verdadera afirmación o negación, instalándose en un agnosticismo teórico o práctico que irremediablemente conduce al absurdo. Es por este motivo que el liberalismo impera en este tiempo de decadencia y de crisis, cuando "domina", si es que puede decirse así, lo que Vattimo ha llamado el "pensamiento débil". Acierta de pleno Nietzsche cuando dice: "La filosofía reducida a “teoría del conocimiento”, y que ya no es de hecho más que una tímida epojística y doctrina de la abstinencia: una filosofía que no llega más que hasta el umbral y que se prohíbe escrupulosamente el derecho a entrar -ésa es una filosofía que está en las últimas (…) ¡Cómo podría semejante filosofía -dominar!" (Más allá del bien y del mal). La fuerza de Nietzsche está en la negación radical, en la culminación de su filosofía como "Anticristo"; lo mismo que Donoso dice del socialismo, cuya superioridad con respecto al liberalismo es atreverse a hacer esa "negación suprema" y ser consecuente con ella en la práctica. El liberalismo en cambio, negando implícitamente a Dios, no se atreve a ser consecuente hasta el final con sus premisas; es por ello que el "católico" liberal no es en realidad sino un deísta, que niega a Dios la soberanía actual sin negarle la constituyente.

Esta es la filosofía que está a la base del liberalismo, el deísmo racionalista de la Ilustración, en donde Dios es comparado con el relojero que pone en marcha el mecanismo de la creación, que puede entonces funcionar independientemente de Él; y por supuesto, ese dios no sería providente ni tendría cuidado de sus criaturas, ni tampoco sustentaría al mundo ontológicamente. De esta manera se concibe la emancipación de la razón humana de toda verdad teológica, puesto que las criaturas tampoco tienen deberes para con ese dios, impersonal y lejano al hombre. Tampoco hay entonces una religión revelada, ni Cristo puede ser Dios, sino que todas las religiones contienen de manera imperfecta algo de verdad, que la razón autónoma del hombre se encarga de juzgar y depurar, tal como plantea Kant en La religión dentro de los límites de la mera razón. También Hegel, al que se ha llamado teólogo secularizador, habla durante toda su obra del valor meramente simbólico del cristianismo, sometido a la razón y a la filosofía kantiana y reducido a simple moralismo; Hegel acepta en sus escritos de juventud (Religión del pueblo y cristianismo) el valor educativo y la función social de ese "cristianismo" convertido en mito o fábula. De igual modo, muchos liberales que se dicen católicos, aceptan cierta preeminencia para la sociedad de un cristianismo castrado, aunque en la realidad no crean en las verdades de la fe como realidades con derechos plenos para regir todo el organismo social.


El liberal es al fin y al cabo, el que no quiere que Cristo reine en la sociedad, el que, como bien analizaba De Maistre, grita: "¡Dios, déjanos! (...) Queremos destruirlo todo y volverlo a hacer sin Ti. ¡Sal de nuestros consejos, de nuestras academias y de nuestras casas! Nos basta la razón. ¡Déjanos!". El liberal no cree por tanto que Dios sea una realidad fuera de su interioridad, sino más bien un difuso sentimiento que como tal, debe permanecer en la "esfera privada" de los hombres, y esto, porque cada cual tiene su sentimiento y cada cual sus "razones" y su fe. El que pretende ser liberal y católico acaba necesariamente por castrar, como ya hemos visto, su cristianismo, y ya que la razón le sirve para todo menos para buscar a Dios, su religión debe recluirse en otra esfera, que es la de esa intimidad privada.

El liberalismo parte de una falsa concepción de la libertad, desvinculada de la verdad, por lo que niega esa gran sentencia de Cristo, según la cual es la verdad la que nos hace libres. Para el liberal, la libertad está en la opinión, no en la verdad; de ahí que su prédica principal sea la "libertad de pensamiento", la "libertad de expresión" o la "libertad de conciencia". Frente a la vía de la verdad, anclada en el ser, se alza ahora la vía de la opinión, nadando en la apariencia del no-ser, tal como distinguía Parménides, y con él toda la tradición realista clásica occidental.

La sentencia de Nuestro Señor es tan maravillosa en su profundidad y verdad, que nos muestra realmente al Logos divino hablando a los hombres. La verdadera libertad no puede ser la facultad de elegir el bien o el mal, como piensan los liberales, sino que eso es más bien el defecto y debilidad de nuestro libre albedrío, a causa del pecado original. Como dice Santo Tomás, el entendimiento precede a la voluntad, y "a todo movimiento de la voluntad es necesario que le preceda un conocimiento" (Suma Teológica, I, q.83, a. 4), así pues, el acto del libre albedrío que sigue al error y conduce al mal, no es libertad, sino esclavitud de la ignorancia. La verdadera libertad consiste en dirigirse hacia el bien, que en su máxima universalidad es Dios, sin estar determinados por él, así como en elegir los medios que nos conduzcan a dicho fin último, que nos es dado por naturaleza y no puede ser cambiado. En la Libertas Praestantissimum, que condena solemnemente el liberalismo, León XIII lo expresa así: "Escoger entre los medios que conducen no sólo a lo que uno se propone, sino al debido fin".

Frente a esto, el racionalismo idealista, pretende que la libertad es la autonomía moral, tal como lo formula Kant, y que consiste en darnos nuestras propias normas, independientemente de un fin; de ahí la moral del imperativo categórico, del puro deber abstracto frente al imperativo hipotético, que obliga con respecto a un fin. Kant rechaza el imperativo hipotético, precisamente porque supone admitir un fin que es conocido por la racionalidad pura, lo que no encaja en su criticismo antimetafísico. Esto le lleva a hablar de una "insociable sociabilidad" del ser humano, frente a la sociabilidad natural aristotélica, lo que caracteriza en gran medida el pensamiento liberal, puesto que considera que la búsqueda de los fines individuales de cada individuo, e incluso su propio egoísmo, conlleva el buen funcionamiento del Estado. La supuesta libertad individual se convierte en la anulación de la libertad al servicio del Estado todopoderoso, al que sirven los hombres de forma inconsciente. El Estado encarna entonces abstractamente la libertad, puesto que en su seno acoge las distintas opciones individuales, y esto, sumado a la superstición ilustrada del progreso necesario, quiere decir que de esta forma camina el Estado hacia la perfecta libertad, que es el fin último de la Historia.

De aquí se desprende que la pretendida "libertad de pensamiento" del liberalismo es en realidad la esclavitud del pensamiento, el oscurecimiento y la amputación de la verdad, el suicidio de la razón humana, ya que pensar es fundamentalmente conocer y el conocimiento es adecuación del intelecto a la realidad y no pensar en el vacío ni convertirse en instrumentos ciegos al servicio del y del Estado. Chesterton define de la mejor manera y con claridad perfecta todo idealismo racionalista cuando dice: “la locura es, en resumidas cuentas, la razón arrancada a sus raigambres vitales, la razón que opera en el vacío. El hombre que comienza a pensar sin los principios elementales adecuados, ése enloquecerá” (Ortodoxia). Esa es también la locura del liberalismo, la locura de permanecer en el agnosticismo, en la duda, en ese momento de incertidumbre como Pilatos, que se preguntaba estupefacto qué era eso de la verdad.

Sólo existen dos frentes de batalla reales, como bien afirma San Agustín, el de la Ciudad de Dios, cuyos soldados luchan por Cristo y por su reinado social, y el de la Ciudad del hombre, cuyos soldados son los del Anticristo, que luchan contra él con la soberbia y el orgullo de la primera rebelión de Lucifer, que con toda soberbia profirió su Non serviam, conmocionando así toda la creación. Existe un sólo Dios que es Uno y Trino, que es el Ser ("Yo soy el que soy". Ex 3,13-14), la Verdad, el Bien y la Belleza, el cual prevalecerá contra todo mal y contra las huestes infernales, y ante el cual sucumbirán los adoradores de esa falsa trinidad blasfema revolucionaria, de la Ciudad del hombre, "Libertad, Igualdad, Fraternidad", que como toda obra del príncipe de este mundo es una burla y una inversión de lo divino. En definitiva, Cristo nos lo dijo claramente, todo se resume en esto: "Quien no está conmigo, está contra mí" (Lc.11,23)

jueves, 20 de mayo de 2010

lunes, 17 de mayo de 2010

El realismo tomista contra el modernismo


Hace no mucho, hablaba con un amigo que había sido seminarista y me decía que allí había estudiado algo de filosofía, y me citaba a Kant, Hegel y no mucho más. Cuando le pregunté por Santo Tomás de Aquino, me dijo que apenas se lo habían mencionado, porque ya estaba "pasado de moda". Sin duda, en ese seminario no querrían saber nada de Santo Tomás, ya que su filosofía realista constituye el antídoto más contundente contra el modernismo; no es casual que San Pío X en la Pascendi analice primero al modernista desde el punto de vista filosófico, antes de pasar al aspecto teológico. Por eso es muy interesante la exposición que hace en este vídeo el P. Philippe Bourrat, rector del Instituto San Pío X, que organizó un congreso con motivo de la obra de Mons. Guerardini, "Concilio Vaticano II: una discusión abierta", ya que muestra cómo el problema filosófico está a la base de los errores modernistas que se introdujeron oficial u oficiosamente con el concilio, y por qué la síntesis tomista es el remedio eficaz contra estos errores.

La filosofía del Doctor Angélico está sobradamente autorizada como verdadera doctrina oficial de la Iglesia Católica por numerosos papas, especialmente por León XIII, pero igualmente por sus sucesores, fundamentalmente hasta Pío XII, el cual, rechazando el idealismo, el inmanentismo, el materialismo y el existencialismo, afirmaba en Humani generis: "Considerando bien todo lo ya expuesto más arriba, fácilmente se comprenderá porqué la Iglesia exige que los futuros sacerdotes sean instruidos en las disciplinas filosóficas según el método, la doctrina y los principios del Doctor Angélico, pues por la experiencia de muchos siglos sabemos ya bien que el método del Aquinatense se distingue por una singular excelencia, tanto para formar a los alumnos como para investigar la verdad, y que, además, su doctrina está en armonía con la divina revelación y es muy eficaz así para salvaguardar los fundamentos de la fe como para recoger útil y seguramente los frutos de un sano progreso".

En definitiva, no es posible permanecer católico si no se sigue el pensamiento tomista, al menos en sus puntos esenciales; no porque sea el pensamiento de Santo Tomás, sino porque es el pensamiento más acorde a la realidad. Cuando Santo Tomás de Aquino tomó la filosofía de Aristóteles, podría haber afirmado de él lo mismo que Aristóteles afirmó de su maestro: "soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad".

Como bien dice el P. Bourrat, la fuerza del tomismo frente a las filosofías modernas está en su realismo, en empezar por reconocer que el hombre puede conocer la realidad, que su entendimiento puede penetrar en la naturaleza de las cosas. Esto supone una salvaguarda de la razón frente a su moderno suicidio en el agnosticismo metafísico. La razón por sí sóla es capaz de conocer muchas verdades, aunque también tiene un límite; el misterio de las verdades reveladas supera el entendimiento, pero es posible explicitarlas racionalmente una vez admitidas, así como conocer otras verdades sobre las cuales arrojan luz los dogmas de la fe.

El punto de partida del tomismo es la realidad, una realidad que puede conocerse por la inteligencia humana y que está fuera de la mente, que es objetiva y no depende del sujeto cognoscente. Esta es la diferencia con el idealismo, que considera que es el sujeto el que crea o configura la realidad, según el tipo de idealismo. La realidad para el idealista es algo que escapa al conocimiento; sólo podemos conocer lo que se presenta al sujeto condicionante, pero no la cosa en sí, lo que constituye la tautología de Kant, carente de sentido, que viene a decir: podemos conocer lo que podemos conocer. Pero la falacia está en realizar de hecho, bajo este pretexto, una labor de destrucción de la metafísica y hacer una filosofía agnóstica en la cual podemos conocer lo que las cosas son para nosotros, pero no lo que las cosas son realmente, lo que conlleva unos graves errores para la teología.

Contra esto, el católico piensa que en teología, la Revelación se impone al sujeto desde fuera, porque viene de Dios y es una realidad, igual que cuando el hombre conoce la esencia y la naturaleza de las cosas, que también está fuera de él. Para Santo Tomás, la Revelación también es una realidad a la que puede adherirse el entendimiento, aunque rebase la razón, por eso define así la fe: "La fe es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia". La fe no es entonces algo personal y subjetivo y no es algo que "venga de dentro" del hombre, como piensa el modernista, ni puede ser un sentimiento como creyó Schleiermacher. No es el sujeto el que crea la religión, sino que la verdadera religión es algo objetivo que permanece como real e inmutable aunque supere la racionalidad humana.

Siendo esto así, no es concebible ni puede aceptarse el historicismo y el evolucionismo de los modernistas, que afirman que la Revelación está sujeta a las distintas formas de interpretación que el hombre hace de ella, pues a cada época correspondería una cierta Weltanschauung o "concepción del mundo", que diría Dilthey. Si el hombre está encerrado en sí mismo, entonces no puede aceptar la fe como algo objetivo fuera de él, sino que dependerá de su propia racionalidad subjetiva; pero si el hombre está abierto a las cosas y es capaz de conocer la realidad por su sola razón y también adherirse a una realidad superior a su razón, mediante la gracia, pero que reconoce como objetiva, entonces esa realidad no dependerá de las distintas mentalidades de cada época. Es por este motivo, que Pío IX condena la siguiente proposición en el Syllabus:
"La revelación divina es imperfecta, y está por consiguiente sujeta a un progreso continuo e indefinido correspondiente al progreso de la razón humana" (§ I.,V).

La Iglesia condena firmemente ese subjetivismo, puesto que lleva implícitas esas falsas filosofías que veíamos rechazar a Pío XII, como el idealismo, el inmanentismo, y también el naturalismo, puesto que vemos cómo el subjetivismo lleva a rechazar la idea de una verdad que supere el entendimiento humano, y por ello todo lo sobrenatural; igualmente el pelagianismo, que niega la necesidad de la gracia para la salvación, puesto que el subjetivista racionalista no reconoce nada fuera ni superior al hombre para alcanzar su fin último.

Muchos de esos errores están sutilmente introducidos en el Concilio Vaticano II, y sus consecuencias han sido nefastas. La fe se convierte en algo subjetivo en el momento que se afirma la libertad religiosa o la libertad de conciencia, condenadas por el Magisterio tradicional desde Gregorio XVI y afirmadas en la Dignitatis humanae de Pablo VI. La centralidad de Cristo es sustituida por la centralidad del hombre, de forma similar a como sucede en la filosofía con el llamado giro copernicano de Kant, donde la centralidad del objeto es sustituida por la del sujeto, dando la vuelta a la filosofía tradicional, contradiciendo el propio sentido común. De esta forma, el hombre es portador de la religión en su propia interioridad, una religión natural que tiene valor en sí mismo independientemente de la Religión revelada. La fe es entonces algo interior, que se experimenta y se vive de diversas maneras según la época, la cultura, y la misma persona. De este modo es posible llegar a afirmar que el hombre el libre de abrazar cualquier religión y encontrar en ella la salvación, así como cualquier religión es naturalmente justificable y valiosa; como mucho, algunos podrán decir que el cristianismo tiene cierta preeminencia, pero no la verdad absoluta, que subsiste en las demás religiones o sectas llamadas cristianas de forma similar o igual a como subsiste en la Iglesia Católica.

Así se explica el nuevo ecumenismo, donde se pone en común lo que se considera la misma experiencia religiosa inherente al ser humano, pero desde distintos puntos de vista que se ponen en común y se enriquecen mutuamente. Esto lleva, en mayor o menor grado al indiferentismo religioso, condenado también en el tercer apartado del Syllabus, que ha llegado al punto de que el mismo Vaticano recomiende a cismáticos y herejes permanecer en su religión, en la cual también agradan a Dios igual que lo harían siendo católicos.

San Pío X deja claro que en la sana filosofía escolástica está la clave para combatir el modernismo, y en la parte final de Pascendi referida a los remedios eficaces contra el modernismo, especifíca lo siguiente:
"Lo principal que es preciso notar es que, cuando prescribimos que se siga la filosofía escolástica, entendemos principalmente la que enseñó Santo Tomás de Aquino, acerca de la cual, cuanto decretó nuestro predecesor queremos que siga vigente y, en cuanto fuere menester, lo restablecemos y confirmamos, mandando que por todos sea exactamente observado. A los obispos pertenecerá estimular y exigir, si en alguna parte se hubiese descuidado en los seminarios, que se observe en adelante, y lo mismo mandamos a los superiores de las órdenes religiosas. Y a los maestros les exhortamos a que tengan fijamente presente que el apartarse del Doctor de Aquino, en especial en las cuestiones metafisicas, nunca dejará de ser de gran perjuicio."

En definitiva, como expone también el P. Bourrat, el tomismo constituye la doctrina más sólida del católico frente al pensamiento modernista y los sutiles errores del Concilio Vaticano II, cuyos frutos han demostrado que lo que aparentemente era una cuestión de conceptos o de lenguaje, como pueden pensar algunos, a la postre ha sido un error fatal que ha llevado a la Iglesia a esa apostasía silenciosa que dijo Juan Pablo II; esto es porque la Verdad es lo que más importa, y no pensar rectamente, no tomar en serio la realidad, es vivir presos del error, vivir esclavizados para siempre. Cristo lo dijo claramente: "la verdad os hará libres".



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