CUATRO UTILIDADES DE LA ENCARNACIÓN
Las utilidades de la Encarnación del Señor son cuatro.
1ª) Exaltación de la naturaleza humana. ¿Quién me dará, se lee en el Cantar de los Cantares, que te halle fuera? (VIII, 1.) La Glosa comenta así: dentro estaba el amado, cuando en el principio era el Verbo; fuera, cuando el Verbo se hizo carne. Para que te bese, es decir, para que te vea cara a cara, y te hable de boca a boca; y ya nadie me desprecie, la Glosa añade: después que vino Cristo infundiendo a los suyos el espíritu de libertad; entonces la Iglesia es honrada por los Ángeles. Por lo cual dijo el ángel a Juan que quería adorarlo: Guárdate, no lo hagas, porque yo siervo soy contigo (Apoc., XXII, 9). Y el Papa San León dice: Reconoce, oh cristiano, tu dignidad, y hecho partícipe de la naturaleza divina, no vuelvas a la antigua vileza con una vida degenerada.
2ª) Adopción de los hijos. Envió Dios a su Hijo para que recibiésemos la adopción de hijos (Gal., IV, 4, 5.) San Agustín dice: "El Hijo de Dios se hizo hijo del hombre para hacer a los hombres hijos de Dios." Y en otro lugar: "El hijo único hizo muchos hijos de Dios. Pues compró para sí a los hermanos con su propia sangre; reprobado, rehabilitó; vendido, redimió; injuriado, honró; ajusticiado, vivificó; sin duda alguna te dará sus bins el que no desdeñó recibir de ti males."
Debe advertirse que la filiación adoptiva es una especie de semejanza de la filiación natural. El Hijo de Dios procede naturalmente del Padre como Verbo intelectual, siendo uno con el Padre.
Ahora bien, la criatura es asimilada al Verbo eterno según la unidad que él tiene con el Padre, la cual se verifica por la gracia y la caridad. Por lo cual el Señor pide al Padre: Ruego que también sean ellos una cosa en nosotros, así como tú, Padre, en mí, y yo en tí (Joan., XVII, 21). Esta semejanza perfecciona la adopción porque de ese modo se debe la herencia a los asimilados.
3ª) Refección interna al alma. Dice San Agustín: "Para que el hombre comiese el pan de los Ángeles, se hizo hombre el creador de los Ángeles." Y San Bernardo: "El maná descendió del cielo, alégrense los hambrientos." Sobre las palabras del Evangelio: Echado en un pesebre (Luc., II, 12) dice la Glosa: para saciarnos con el trigo de su carne.
4ª) Acrecentamiento de la bienaventuranza. Quien por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos (Joan., X, 9). Y San Agustín añade: "Dios se hizo hombre, para hacer bienaventurado al hombre, para que el hombre se entregase totalmente a Él, para que el hombre le diése todo su amor, y al verle en carne con los sentidos corporales, los sentidos del alma le vieran por la contemplación de la divinidad. Y aquí está todo el bien del hombre, ya entre, ya salga (que nazca o muera), encontrará pastos en su Creador; fuera, en la carne del Salvador; dentro, en la divinidad del Creador."
(De humanitate Christi.)
24 de diciembre
LA ENCARNACIÓN ES UN AUXILIO PARA EL HOMBRE QUE TIENDE A LA BIENAVENTURANZA
Si alguien considera diligente y piadosamente los misterios de la Encarnación, encontrará tanta profundidad de sabiduría, que sobrepasa todo conocimiento humano. Y ocurre que cuanto más medita en ellos con piedad, más razones admirables se descubren en este misterio.
Consideremos, pues, cómo la Encarnación de Dios es un auxilio eficacísimo para el hombre que tiende a la bienaventuranza.
1º) La perfecta bienaventuranza del hombre consiste en la visión inmediata de Dios. Pero esta visión podía parecer imposible a causa de la infinita distancia de las naturalezas. Mas por el hecho de que Dios ha querido unir a sí mismo la naturaleza humana, se demuestra evidentísimamente a los hombres que el hombre puede unirse a Dios por su inteligencia en una visión inmediata. Fue por lo tanto muy conveniente que Dios tomase la naturaleza humana para acrecentar la esperanza del hombre en la bienaventuranza. Por ello, después de la Encarnación, comenzaron los hombres a aspirar más intensamente a la bienaventuranza. Con razón se lee en San Juan: Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en más abundancia (Joan., X, 10.)
2º) Como la perfecta bienaventuranza consiste en un conocimiento tal de Dios que excede la capacidad de todo entendimiento creado, fue necesario que existiese en el hombre cierta anticipación de aquel conocimiento bienaventurado, lo cual tiene lugar ciertamente por la fe; mas es necesario que sea ciertísimo el conocimiento por el cual el hombre se dirige al último fin, porque es principio de todas las cosas que a ese último fin se enderezan.
Fue por consiguiente necesario que el hombre, para conseguir la certeza de la verdad de la fe, fuese instruído por el mismo Dios hecho hombre, a fin de que percibiese a la manera humana la instrucción divina. Y así vemos, después de la Encarnación de Cristo, que los hombres se instruyen con más claridad y certeza en el conocimiento divino, conforme a aquello de la Escritura: La tierra está llena de la ciencia del Señor. (Is., XI, 9.)
3º) Supuesto que la perfecta bienaventuranza consiste en el goce de Dios, fue necesario que el afecto del hombre se dispusiese al deseo de ese goce divino; así como vemos que en el hombre reside el deseo natural de la felicidad, y que el deseo del goce de alguna cosa es producido por el amor a dicha cosa, del mismo modo fue necesario llevar hacia el amor divino al hombre que se dirige a la bienaventuranza perfecta. Nada nos lleva tan intensamente a amar a alguno como la experiencia del amor que aquél nos profesa. Mas el amor de Dios al hombre no pudo mostrarse de modo más eficaz que habiendo querido unirse en persona al hombre. Porque es propio del amor unir al amante con el amado, en cuanto es posible. Fue por consiguiente necesario, al hombre que se dirige la bienaventuranza perfecta, que Dios se hiciese hombre.
Además, como la amistad consiste en cierta igualdad, no parece que puedan unirse en amistad seres que son muy desiguales. Pero para que fuese más familiar la amistad entre el hombre y Dios, fue conveniente que Dios se hiciese hombre, porque también el hombre es naturalmente amigo del hombre; y así, conociendo visiblemente a Dios, somos arrastrados al amor de lo invisible.
4º) Es evidente que la bienaventuranza es premio de la virtud; luego es conveniente se dispongan con las virtudes los que se dirigen a la bienaventuranza. A la virtud se nos incita con las palabras y los ejemplos; los ejemplos y las palabras de alguno tanto más eficazmente llevan a la virtud, cuanto se tiene una opinión más firme de la bondad de él; pero de la bondad de ningún puro hombre puede tenerse una opinión infalible, pues sabemos que aun varones santísimos han faltado en algunas cosas.
Luego fue necesario al hombre, para confirmarse en la virtud, que recibiese del Dios humanizado doctrina y ejemplos de virtud.
(Contra Gentiles, lib. 4, cap. 54.)
25 de diciembre
BENIGNIDAD Y UTILIDAD DE CRISTO AL NACER
I. Apareció la bondad del Salvador nuestro Dios, y su amor para con los hombres. (Tit., III, 4.)
Debe advertirse que Cristo nos mostró su benignidad por la comunicación de su divinidad, y su misericordia, tomando nuestra humanidad.
1º) Apareció la bondad. Comentando estas palabras, dice San Bernardo: "Apareció el poder de Dios en la creación de las cosas, su sabiduría en el gobierno de las mismas, pero su bondad se manifiesta principalmente en la humanidad. Porque es una gran prueba de bondad añadir a la humanidad el nombre de Dios."
2º) No por obras de justicia hubiésemos hecho nosotros, mas según su misericordia (Tit., III, 5). Por lo cual dice San Bernardo: "¿Qué prueba más clara de su misericordia que haber tomado la misma miseria? ¿Qué prueba más llena de piedad, que haberse hecho heno por nosotros el Verbo de Dios?" Por eso canta la Iglesia: Cristo redentor de todos, Hijo único del Padre.
II. De la utilidad de Cristo se dice en Isaías (IX, 6): Ha nacido un niño para nosotros, esto es, para utilidad nuestra. Cuatro son las utilidades del nacimiento de Cristo que podemos considerar en las cuatro cualidades de los niños: pureza, humidad, amabilidad y mansedumbre, la cuales se dan de modo excelentísimo en Jesús niño.
1º) Encontramos en él suma pureza, porque es candor de la luz eterna y espejo sin mancilla (Sap., VII, 26.)
Esa pureza se manifiesta en la concepción y en el parto virginal. Pues la incorrupción no pudo engendrar a la corrupción. Por lo cual dice Alcuino: "El creador de los hombres, para hacerse hombre y nacer del hombre, debió elegir una madre tal que supiera convenirle y serle agradable. Quiso, pues, que fuese virgen, para nacer sin mancha de una madre inmaculada y purificar la mancha de todos."
2º) Encontramos también en este niño suma humildad: Se anonadó a sí mismo (Phil., II, 7). Esta humildad, como dice San Bernardo, aparece en el establo, en los pañales que le envuelven y en el pesebre donde descansa.
3º) Hallámos en el niño la soberana amabilidad, porque es más hermoso que los hijos de los hombres, y aún que las milicias angélicas. Esta amabilidad es resultado de la unión de la divinidad con la humanidad. Por lo cual dice San Bernardo: "Es un espectáculo lleno de suavidad contemplar al hombre creador del hombre."
4º) Finalmente vemos en este niño la suprema mansedumbre, porque: es benigno y clemente, paciente y de mucha misericordia, y que se deja doblar sobre el mal (Joel., II, 13). Y San Bernardo dice: "Cristo es párvulo, y puede ser aplacado suavemente. ¿Quién ignora que el niño perdona fácilmente? Y si no tenemos pecado grave, podemos ser reconciliados con poco. He dicho con poco, pero no sin penitencia." Y así como se manifestó su bondad sobre toda esperanza, así podemos esperar también, más de lo que pensamos, parecida benevolencia de juicio.
(De Humanitate Christi.)