lunes, 17 de mayo de 2010

El realismo tomista contra el modernismo


Hace no mucho, hablaba con un amigo que había sido seminarista y me decía que allí había estudiado algo de filosofía, y me citaba a Kant, Hegel y no mucho más. Cuando le pregunté por Santo Tomás de Aquino, me dijo que apenas se lo habían mencionado, porque ya estaba "pasado de moda". Sin duda, en ese seminario no querrían saber nada de Santo Tomás, ya que su filosofía realista constituye el antídoto más contundente contra el modernismo; no es casual que San Pío X en la Pascendi analice primero al modernista desde el punto de vista filosófico, antes de pasar al aspecto teológico. Por eso es muy interesante la exposición que hace en este vídeo el P. Philippe Bourrat, rector del Instituto San Pío X, que organizó un congreso con motivo de la obra de Mons. Guerardini, "Concilio Vaticano II: una discusión abierta", ya que muestra cómo el problema filosófico está a la base de los errores modernistas que se introdujeron oficial u oficiosamente con el concilio, y por qué la síntesis tomista es el remedio eficaz contra estos errores.

La filosofía del Doctor Angélico está sobradamente autorizada como verdadera doctrina oficial de la Iglesia Católica por numerosos papas, especialmente por León XIII, pero igualmente por sus sucesores, fundamentalmente hasta Pío XII, el cual, rechazando el idealismo, el inmanentismo, el materialismo y el existencialismo, afirmaba en Humani generis: "Considerando bien todo lo ya expuesto más arriba, fácilmente se comprenderá porqué la Iglesia exige que los futuros sacerdotes sean instruidos en las disciplinas filosóficas según el método, la doctrina y los principios del Doctor Angélico, pues por la experiencia de muchos siglos sabemos ya bien que el método del Aquinatense se distingue por una singular excelencia, tanto para formar a los alumnos como para investigar la verdad, y que, además, su doctrina está en armonía con la divina revelación y es muy eficaz así para salvaguardar los fundamentos de la fe como para recoger útil y seguramente los frutos de un sano progreso".

En definitiva, no es posible permanecer católico si no se sigue el pensamiento tomista, al menos en sus puntos esenciales; no porque sea el pensamiento de Santo Tomás, sino porque es el pensamiento más acorde a la realidad. Cuando Santo Tomás de Aquino tomó la filosofía de Aristóteles, podría haber afirmado de él lo mismo que Aristóteles afirmó de su maestro: "soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad".

Como bien dice el P. Bourrat, la fuerza del tomismo frente a las filosofías modernas está en su realismo, en empezar por reconocer que el hombre puede conocer la realidad, que su entendimiento puede penetrar en la naturaleza de las cosas. Esto supone una salvaguarda de la razón frente a su moderno suicidio en el agnosticismo metafísico. La razón por sí sóla es capaz de conocer muchas verdades, aunque también tiene un límite; el misterio de las verdades reveladas supera el entendimiento, pero es posible explicitarlas racionalmente una vez admitidas, así como conocer otras verdades sobre las cuales arrojan luz los dogmas de la fe.

El punto de partida del tomismo es la realidad, una realidad que puede conocerse por la inteligencia humana y que está fuera de la mente, que es objetiva y no depende del sujeto cognoscente. Esta es la diferencia con el idealismo, que considera que es el sujeto el que crea o configura la realidad, según el tipo de idealismo. La realidad para el idealista es algo que escapa al conocimiento; sólo podemos conocer lo que se presenta al sujeto condicionante, pero no la cosa en sí, lo que constituye la tautología de Kant, carente de sentido, que viene a decir: podemos conocer lo que podemos conocer. Pero la falacia está en realizar de hecho, bajo este pretexto, una labor de destrucción de la metafísica y hacer una filosofía agnóstica en la cual podemos conocer lo que las cosas son para nosotros, pero no lo que las cosas son realmente, lo que conlleva unos graves errores para la teología.

Contra esto, el católico piensa que en teología, la Revelación se impone al sujeto desde fuera, porque viene de Dios y es una realidad, igual que cuando el hombre conoce la esencia y la naturaleza de las cosas, que también está fuera de él. Para Santo Tomás, la Revelación también es una realidad a la que puede adherirse el entendimiento, aunque rebase la razón, por eso define así la fe: "La fe es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia". La fe no es entonces algo personal y subjetivo y no es algo que "venga de dentro" del hombre, como piensa el modernista, ni puede ser un sentimiento como creyó Schleiermacher. No es el sujeto el que crea la religión, sino que la verdadera religión es algo objetivo que permanece como real e inmutable aunque supere la racionalidad humana.

Siendo esto así, no es concebible ni puede aceptarse el historicismo y el evolucionismo de los modernistas, que afirman que la Revelación está sujeta a las distintas formas de interpretación que el hombre hace de ella, pues a cada época correspondería una cierta Weltanschauung o "concepción del mundo", que diría Dilthey. Si el hombre está encerrado en sí mismo, entonces no puede aceptar la fe como algo objetivo fuera de él, sino que dependerá de su propia racionalidad subjetiva; pero si el hombre está abierto a las cosas y es capaz de conocer la realidad por su sola razón y también adherirse a una realidad superior a su razón, mediante la gracia, pero que reconoce como objetiva, entonces esa realidad no dependerá de las distintas mentalidades de cada época. Es por este motivo, que Pío IX condena la siguiente proposición en el Syllabus:
"La revelación divina es imperfecta, y está por consiguiente sujeta a un progreso continuo e indefinido correspondiente al progreso de la razón humana" (§ I.,V).

La Iglesia condena firmemente ese subjetivismo, puesto que lleva implícitas esas falsas filosofías que veíamos rechazar a Pío XII, como el idealismo, el inmanentismo, y también el naturalismo, puesto que vemos cómo el subjetivismo lleva a rechazar la idea de una verdad que supere el entendimiento humano, y por ello todo lo sobrenatural; igualmente el pelagianismo, que niega la necesidad de la gracia para la salvación, puesto que el subjetivista racionalista no reconoce nada fuera ni superior al hombre para alcanzar su fin último.

Muchos de esos errores están sutilmente introducidos en el Concilio Vaticano II, y sus consecuencias han sido nefastas. La fe se convierte en algo subjetivo en el momento que se afirma la libertad religiosa o la libertad de conciencia, condenadas por el Magisterio tradicional desde Gregorio XVI y afirmadas en la Dignitatis humanae de Pablo VI. La centralidad de Cristo es sustituida por la centralidad del hombre, de forma similar a como sucede en la filosofía con el llamado giro copernicano de Kant, donde la centralidad del objeto es sustituida por la del sujeto, dando la vuelta a la filosofía tradicional, contradiciendo el propio sentido común. De esta forma, el hombre es portador de la religión en su propia interioridad, una religión natural que tiene valor en sí mismo independientemente de la Religión revelada. La fe es entonces algo interior, que se experimenta y se vive de diversas maneras según la época, la cultura, y la misma persona. De este modo es posible llegar a afirmar que el hombre el libre de abrazar cualquier religión y encontrar en ella la salvación, así como cualquier religión es naturalmente justificable y valiosa; como mucho, algunos podrán decir que el cristianismo tiene cierta preeminencia, pero no la verdad absoluta, que subsiste en las demás religiones o sectas llamadas cristianas de forma similar o igual a como subsiste en la Iglesia Católica.

Así se explica el nuevo ecumenismo, donde se pone en común lo que se considera la misma experiencia religiosa inherente al ser humano, pero desde distintos puntos de vista que se ponen en común y se enriquecen mutuamente. Esto lleva, en mayor o menor grado al indiferentismo religioso, condenado también en el tercer apartado del Syllabus, que ha llegado al punto de que el mismo Vaticano recomiende a cismáticos y herejes permanecer en su religión, en la cual también agradan a Dios igual que lo harían siendo católicos.

San Pío X deja claro que en la sana filosofía escolástica está la clave para combatir el modernismo, y en la parte final de Pascendi referida a los remedios eficaces contra el modernismo, especifíca lo siguiente:
"Lo principal que es preciso notar es que, cuando prescribimos que se siga la filosofía escolástica, entendemos principalmente la que enseñó Santo Tomás de Aquino, acerca de la cual, cuanto decretó nuestro predecesor queremos que siga vigente y, en cuanto fuere menester, lo restablecemos y confirmamos, mandando que por todos sea exactamente observado. A los obispos pertenecerá estimular y exigir, si en alguna parte se hubiese descuidado en los seminarios, que se observe en adelante, y lo mismo mandamos a los superiores de las órdenes religiosas. Y a los maestros les exhortamos a que tengan fijamente presente que el apartarse del Doctor de Aquino, en especial en las cuestiones metafisicas, nunca dejará de ser de gran perjuicio."

En definitiva, como expone también el P. Bourrat, el tomismo constituye la doctrina más sólida del católico frente al pensamiento modernista y los sutiles errores del Concilio Vaticano II, cuyos frutos han demostrado que lo que aparentemente era una cuestión de conceptos o de lenguaje, como pueden pensar algunos, a la postre ha sido un error fatal que ha llevado a la Iglesia a esa apostasía silenciosa que dijo Juan Pablo II; esto es porque la Verdad es lo que más importa, y no pensar rectamente, no tomar en serio la realidad, es vivir presos del error, vivir esclavizados para siempre. Cristo lo dijo claramente: "la verdad os hará libres".



Le thomisme, la pensée moderniste et Vatican II from DICI on Vimeo.

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