sábado, 3 de abril de 2010

El remedio y la eficacia de la Pasión de Cristo

§1 Padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado

Así como es necesario al cristiano creer en la Encarnación del Hijo de Dios, también lo es creer en su Pasión y Muerte; pues, como dice Gregorio, "de nada nos hubiera servido su nacimiento, si no nos hubiera redimido". Esto, que Cristo muriera por nosotros, es tan incomprensible, que apenas puede darle alcance nuestro entendimiento, es decir, que no le da alcance en modo alguno. Lo dice el Apóstol: "Estoy realizando una obra en vuestros días, una obra que no la creeréis si alguien os la cuenta" (Act 13,41), y Habacuc: "Obra fue hecha en vuestros días que nadie la creerá cuando sea contada" (1,5). Tan espléndida gracia de Dios y su amor a nosotros, que hizo El más por nosotros de lo que podemos comprender.

Sin embargo, no hemos de pensar que Cristo sufriera la muerte de modo que muriera la Divinidad; murió en El la naturaleza humana. No murió en cuanto era Dios, sino en cuanto era hombre. Esto se aclara con tres ejemplos.

El primero lo tomamos de nosotros mismos. Cuando un hombre muere, al separarse el alma delcuerpo, no muere aquella, sino sólo el cuerpo, la carne. Así también, al morir Cristo, no murió la Divinidad, sino la naturaleza humana.

Entonces, si los judíos no mataron la Divinidad, parece que no pecaron más que si hubieran matado a otro hombre cualquiera.

A esto hay que decir que, si un rey llevase puesto un manto y alguien embadurnase ese manto, tendría tanto delito como si hubiera embadurnado al rey mismo. Igualmente, aunque los judíos no pudieron matar a Dios, sin embargo, al haber matado la naturaleza humana tomada por Cristo, fueron tan castigados como si hubieran matado la misma Divinidad.

De otra manera; según dijimos más arriba, el Hijo de Dios es la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios encarnada es semejante a la palabra de un rey escrita en un papel. Si alguien desgarrara ese papel, se consideraría tan grave como si hubiera desgarrado la regia palabra. Por ello, tan grave se considera el pecado de los judíos como si hubieran matado a la Palabra de Dios.

Pero, ¿qué necesidad hubo de que la Palabra de Dios padeciera por nosotros? - Grande; se puede hablar de una doble necesidad. Primero, para remedio contra los pecados; segundo, como ejemplo para nuestra conducta.

A) Tocante al remedio. Contra los males en que incurrimos por el pecado, hallamos remedio por la Pasión de Cristo. E incurrimos en cinco males.

Primero, contraemos una mancha: cuando el hombre peca, ensucia su alma, pues así como la virtud es hermosura del alma, su mancha es el pecado. "¿Cómo es que estás, Israel, en tierra de enemigos..., te has contaminado con cadáveres?" (Bar 3,10). Pero la Pasión de Cristo limpia tal mancha, pues Cristo en su Pasión preparó con su sangre un baño para lavar en él a los pecadores. "Nos lavó de nuestros pecados con su sangre" (Apc 1,5). El alma queda lavada con la sangre de Cristo en el bautismo, porque de la sangre de Cristo recibe éste su poder regenerador. Por eso, cuando uno se ensucia con el pecado, injuria a Cristo, y peca más gravemente que antes. "Si alguno quebranta la ley de Moisés, y se le prueba con dos o tres testigos, es condenado a muerte sin misericordia alguna; ¿pues de cuántos mayores tormentos creéis que es digno el que pisotee al Hijo de Dios, y considere profana la sangre de la alianza?" (Heb 10,28-29).

Segundo, caemos en desgracia ante Dios. En efecto; como el que es carnal, ama la belleza carnal, así Dios ama la espiritual, cual es la del alma. Cuando el alma se mancha con el pecado, desagrada a Dios, y Este odia al pecador. "Dios aborrece al impío y su impiedad" (Sap 14,9). Pero esto lo remedia la Pasión de Cristo, que dio satisfacción a Dios Padre por el pecado, cosa que el hombre mismo no podía dar; su amor y su obediencia fueron mayores que el pecado y la prevaricación del primer hombre. "Siendo enemigos (de Dios) fuimos reconciliados con El por la muerte de su Hijo" (Rom 5,10).

Tercero, contraemos una debilidad. El hombre, cuando peca, piensa que en adelante podrá abstenerse del pecado; pero ocurre todo lo contrario: su primer pecado debilita al hombre, y lo hace más propenso: el pecado lo domina con más fuerza, y el hombre, en cuanto de él depende, se pone en tal situación que, como quien se tira a un pozo, no será capaz de salir sino por el poder de Dios. Así, cuando pecó el primer hombre, nuestra naturaleza quedó debilitada y corrompida, y el hombre se tornó más propenso al pecado. Pero Cristo atenuó esta debilidad y propensión, si bien no la eliminó por completo; con la Pasión de Cristo quedó fortalecido el hombre, y debilitado el pecado, que ya no lo domina de la misma manera, sino que el hombre puede esforzarse y librarse de los pecados ayudado por la gracia de Dios, que recibe en los sacramentos, cuya eficacia procede de la Pasión de Cristo. "Nuestro hombre viejo fue crucificado juntamente con El, a fin de que fuera destruido el cuerpo de pecado" (Rom 6,6). Antes de la Pasión de Cristo pocos había que vivieran sin pecado mortal; en cambio, después son muchos los que han vivido y viven así.

Cuarto, merecemos un castigo. La justicia de Dios exige que quien peca, sea castigado. Y el castigo se mide por la culpa. Ahora bien, siendo infinita la culpa del pecado mortal, puesto que va contra el bien infinito, es decir, contra Dios, cuyos mandamientos desprecia el pecador, el castigo merecido por el pecado mortal es infinito. Pero Cristo con su pasión nos libró de tal castigo, y lo sufrió El mismo. "El mismo llevó nuestros pecados (esto es, el castigo del pecado) en su cuerpo" (1 Pet 2,24). La Pasión de Cristo fue tan eficaz que basta para expiar todos los pecados de todo el mundo, aunque fuesen cien mil. Por ello, los bautizados quedan libres de todos los pecados. Por ello, perdona los pecados el sacerdote. Por ello, quien más se identifica con la Pasión de Cristo, mayor perdón alcanza, y más gracia.

Quinto, somos desterrados del reino. Los que ofenden a los reyes, se ven forzados al exilio. Así también el hombre a causa del pecado es expulsado del paraíso. Adán inmediatamente después de su pecado fue echado de él, y la puerta se cerró. Pero Cristo con su Pasión abrió aquella puerta, y volvió a llamar al Reino a los desterrados. Una vez abierto el costado de Cristo, se abrió la puerta del paraíso; derramada su sangre, se borró la mancha, se aplacó Dios, se suprimió la debilidad, se cumplió el castigo, los desterrados son llamados al Reino de nuevo. Por eso oye el ladrón al instante: "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23,43). Esto no se había dicho antes; no se dijo a nadie, ni a Adán, ni a Abraham, ni a David; pero hoy, es decir, cuando la puerta se abrió, el ladrón pide perdón y lo alcanza. "Teniendo la seguridad de entrar en el santuario por la sangre de Cristo" (Heb 10,19).

Así queda clara la utilidad en lo tocante al remedio.

B) Pero no es menor esta utilidad por lo que se refiere al ejemplo.

§2 Como dice San Agustín, la Pasión de Cristo es suficiente para modelar por completo nuestra vida. Quien quiera vivir a la perfección, no tiene que hacer más que despreciar lo que Cristo despreció en la Cruz, y desear lo que El deseó.

En la Cruz no falta ningún ejemplo de virtud. Si buscas un ejemplo de caridad, "nadie tiene mayor caridad que dar uno su vida por sus amigos" (Jn 15,13). Esto lo hizo Cristo en la Cruz. Por consiguiente, si dio por nosotros su vida, no debe resultarnos gravoso soportar por El cualquier mal. "¿Cómo pagaré al Señor todo lo que me ha dado?" (Ps 115,12).

Si buscas un ejemplo de paciencia, extraordinaria es la que aparece en la Cruz. Por dos cosas puede ser grande la paciencia: o por soportar uno pacientemente grandes sufrimientos, o por soportar sin evitar lo que podría evitar.

Cristo en la cruz sobrellevó grandes sufrimientos: "Vosotros todos los que pasáis por el camino, fijáos, y ved si hay dolor semejante a mi dolor" (Lam 1,12); y pacientemente, pues, "cuando padecía, no profería amenazas" (1 Pet 2,23); "como oveja será llevado al matadero, y como cordero ante quien lo esquila enmudecerá" (Is 53,7).

Además pudo evitárselos, y no los evitó: "¿Piensas que no puedo rogar a mi Padre, quien pondría a mi disposición inmediatamente más de doce legiones de ángeles?" (Mt 26,53).

Grande fue, por tanto, la paciencia de Cristo en la Cruz. "Con paciencia corramos nosotros a la lucha que se nos presenta, poniendo los ojos en Jesús, el Autor y Consumador de la fe, el cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin miedo a la deshonra" (Heb 12,1-2).

Si buscas un ejemplo de humildad, mira al Crucificado: Dios quiso ser juzgado bajo Poncio Pilato, y morir. "Tu causa ha sido juzgada como la de un impío" (Iob 36,17). Como la de un impío auténtico: "condenémoslo a la muerte más infame" (Sap 2,20). El Señor quiso morir por su esclavo; El, que es vida de los ángeles, por el hombre. "Hecho obediente hasta la muerte" (Philip 2,8).

Si buscas un ejemplo de obediencia, sigue al que se hizo obediente al Padre hasta la muerte. "Como por la desobediencia de un solo hombre fueron hechos pecadores muchos, así también serán hechos justos muchos por la obediencia de uno solo" (Rom 5,19).

Si buscas un ejemplo de menosprecio de las cosas terrenas, sigue al que es Rey de reyes y el Señor de los que dominan, en quien están los tesoros de la sabiduría: en la Cruz aparece desnudo, burlado, escupido, azotado, coronado de espinas; le dan a beber hiel y vinagre, muere. No te aficiones, por tanto, a los vestidos ni a las riquezas, puesto "que se repartieron mis vestiduras" (Ps 21,19); ni a los honores, pues yo sufrí burlas y azotes; ni a las dignidades, porque trenzando una corona de espinas la pusieron sobre mi cabeza; ni a los placeres, ya que "en mi sed me dieron a beber vinagre" (Ps 68,22).

A propósito de Heb 12,2: "El cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin miedo a la deshonra", comenta Agustín: "Jesucristo hombre despreció todos los bienes de la tierra para indicar que deben ser despreciados".

(De la Exposición del Símbolo de los Apóstoles, artículo 4, Santo Tomás de Aquino)

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